elecciones
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Hay territorios electorales endiablados de comprender, harían falta varios cursos de
doctorado con sus tesis correspondientes para llegar a acercarse a una explicación básica
de los comportamientos.

Por lo pronto todo (o casi todo) el mundo reniega de la política, pero todo el mundo se siente impelido a comentarla, durante su divertimento. Es como el adicto al tabaco: que al tiempo que denuncia sus puntos oscuros, lo anhela y lo absorbe con fruición.

Llega el momento de colocar en el tablero a los protagonistas de las listas
electorales, de sacarlos al mercado para que el votante los mida y los pese. Algunos
serán conocidos, otros, no tanto. Algunos serán estimados por el aspecto, otros por los
apellidos, los demás, por reducción. Apenas nadie, por sus actuaciones, o por su bagaje,
o por su ética.

Entras en los lugares de clasificación social y convives en ellos con personas de todas las
edades, con sus abrigos, bolsos y pertenencias, en una algarabía de voces infantiles,
maduras y viejas, junto al trasiego continuo de las tostadas, tazones y platos…abigarrada
la imagen de colores diversos. Excesivo el barullo, los camareros están de mal humor, no
exactamente el citado al principio de este artículo o puede que sí, pues seguro que algo
tiene que ver con él, su propio balance individual entre el trabajo desempeñado y el
sueldo recibido; o con el cansancio que procede de estar atendiendo a seres de todo tipo,
de todo gusto, de cualquier honor, un día cualquiera de fiesta, en el que los comercios han
abierto de rebajas, aún para estar vacíos, y las cafeterías y bares se llenan en las horas
punta (la del desayuno, la de la cerveza, la del aperitivo, la de la merienda…) sin solución
de continuidad.

Por el medio transitan las comadres y sus conversaciones: que si los hijos, que si el perro,
que si el viaje…y todo junto parece un poco absurdo, pero real como la misma vida, tan
hipócrita en ocasiones, como lo son esas amistades sobrevenidas alrededor de una copa.

Mucho me temo que no exista sombra de veracidad alguna en tantos lugares a los que el
mundo asoma su cabeza y se arrima a los otros, sólo para obviar la soledad y los
prejuicios. Prejuicios que se escapan, eso si, a la primera de cambio y a la mínima,
apenas sin darse cuenta, a diario y delante de todos. Como el de la territorialidad. El “no
ser de aquí”.

Para cuando se convoquen las elecciones habrá que tener urdido un buen argumento de
selección a la hora de echar la papeleta en la urna. Nadie lo tendrá fácil, salvo los que lo
tienen claro, por acción u omisión, desde el principio. Serán los menos. De no cambiar
mucho las cosas, únicamente el recuento de los votos nos dirá las preferencias del
español en su conjunto pues las encuestas hace tiempo que se han revelado erróneas y
el CIS ya no es lo qué era, como ustedes saben. Hagámoslo bien, amigos, hagámoslo
bien.


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