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Si se pretende que el adversario acepte un planteamiento debemos presentarle su opuesto y ofrecerle opciones y buscar contradicciones tomando como punto de apoyo cualquier cosa que haya admitido o defendido.

Schopenhauer llamaba “jugada brillante” a darle una vuelta al argumento de tal forma que signifique algo distinto de lo que en realidad plantea. Si dice por ejemplo: “hay que tolerar su conducta porque es un niño”,   hay que oponer: “No se puede tolerar su conducta precisamente porque es un niño y debe ser corregirlo para que sepa  comportarse.”

Las falacias son errores muy frecuentes que se cometen a veces de modo natural tanto en la escritura como en la oratoria y resultan difíciles de  erradicar. No son equivocaciones de cualquier clase, ni fallos causales  debidos  a falta de atención en la   medida en que no implican el uso de un mal método. El fallo o error puede darse en cualquier de los procesos  cuando se intenta probar que algo es verdad y no se tiene base para ello.

Según Sto. Tomás de Aquino hay un doble modo de reaccionar al analizar un argumento: una forma correcta y otra incorrecta.  Valorar el conocimiento para llegar a la comprobación de lo que es verdadero dentro de la discusión que tiene cuatro especies: la doctrinal, la dialéctica, la tentativa y la sofística. La corrección no permite que de un antecedente verdadero se obtenga un consecuente falso.

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El político debe evitar los errores y  utilizar un leguaje certero. Todos saben que se consigue llegar, en general, teniendo amplio efecto, utilizando metáforas, latiguillos, medias verdades de un orden racional, también es necesaria la coherencia y la conciencia crítica.

Hay una técnica que convierte el argumento propuesto en algo muy aceptable: acudir a citas importantes, muchas veces inventadas. Con frecuencia se invocan aforismos o frases atribuidas a Churchill, a algún filósofo clásico o a Ortega.

Otra estratagema del orador y por ende, del político, según el filósofo alemán, es responder a una pregunta con otra cuestión, ejemplo cuando alguien contesta a una acusación de corrupción replicando: ¿Y por qué no se habla de los ERES de Andalucía?

En política, se admite que si todo falla en el debate y es evidente  que el contrario es superior, más convincente, con mayor talla intelectual, se  pasa sin ambages al insulto directo,  ofensivo. Esta forma de combatir tiene, además, una repercusión mediática que sirve de divulgación del planteamiento a conseguir  y más con la profusión de redes sociales que se utilizan en la actualidad.

Contra la obra del filósofo alemán se ha publicado otro ensayo del mejicano  Héctor Anaya,  El arte del insulto, en el que se expone una relación de improperios que pueden esgrimirse con mayor o menor inteligencia o relatos que atacan al agresor. Se dijo que un comerciante le preguntó a Sócrates cuanto quería cobrar por la educación de su hijo y al decirle la cifra el comerciante respondió: por ese precio compro un burro y el filósofo le respondió pues cómprelo y así tendrá tres burros en su casa. Este ensayista mantiene que la respuesta al insulto debe ser rápida o se convierte en rencor.

La dialéctica es comparable a la esgrima y da igual quien tenga o no razón. Lo importante y práctico es tocar y parar, pues parece que de eso se trata. Suerte que los que reciben el mensaje político tienen generalmente preparación e inteligencia para separar la paja del heno y la libertad de inclinarse a favor de las posiciones que les parezcan éticas o en las  que se haya comprobado su eficacia  a pesar de que se ha tratado de anestesiar a los ciudadanos, alejando el pensamiento de las aulas para que disminuya la inquietud intelectual.

 


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Un comentario

  1. Me llegó una alerta de Google en que se me relaciona con la obra de Schopenhauer, El arte de tener razón y se llega a afirmar que «Contra la obra del filósofo alemán se ha publicado otro ensayo del mejicano Héctor Anaya, El arte del insulto, en el que se expone una relación de improperios que pueden esgrimirse con mayor o menor inteligencia o relatos que atacan al agresor”.

    Para comenzar debo aclarar que mi obra se llama El arte de insultar, que nada tiene que ver con la Erística del filósofo alemán, aunque algunas personas de mala fe pretendieron en su momento imputarme haber plagiado el título de otro libro, que no escribió el filósofo alemán, sino sus alumnos, quienes agruparon los insultos de Schopenhauer y los publicaron con el título de El arte de insultar de Schopenhauer, que corresponde a la realidad, pues fueron sus seguidores quienes armaron ese libro y no el polémico filósofo. Por lo demás, según la legislación autoral internacional, los títulos de libros no tienen patente de exclusividad, así que cualquier autor puede llamar a su novela Los miserables, La guerra y la paz o Cien años de soledad, por ejemplo y no incurrirá en plagio alguno,

    Mi libro no se inscribe en controversia alguna del libro de Schopenhauer, pues no incide en el arte de discutir, sino en el de insultar a través de los tiempos, desde los griegos a nuestros días y entre los mexicanos (con X, por favor), desde la llegada de los españoles a los tiempos actuales. Es una obra histórica, pero también sociológica, que se interna en la gramática diacrónica, en la exploración de la estulticia de gobernantes y presuntos profesionales de la palabra, pero sobre todo es una recopilación del intercambio de ingenios, particularmente de letrados, aunque abundan también las muestras del ingenio popular y anónimo.

    Agradezco la mención, pero al parecer no ha merecido la lectura de quien me contrapone con Schopenhauer.

    Héctor Anaya

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