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Los aliados entregaban a Alemania las condiciones de paz: los “Catorce Puntos”.  Se constituía la nueva República de Weimar y se desmembraba el Imperio Austro-Húngaro.  En diciembre era propuesto para el Premio Nobel de la Paz el Presidente estadounidense y disléxico Thomas Woodrow Wilson, por haber contribuido a la creación de la Sociedad de Naciones, pero sin meter en ella a los EEUU de Norteamérica, cuyos ciudadanos eran felices con su aislamiento.  Premio Nobel de la Paz para un señor que había apoyado y defendido al Ku Klus Klan.  ¡Cuántos Premios Nobeles de la Paz se han llevado los hijos del Tío Sam y otros sin haberse labrado méritos para ello!  ¡Ay de los intereses creados y de la hipocresía de la Alta Política!

Y en diciembre sería también, concretamente el 16 de tal mes, cuando Santiago Martín, vecino de la alquería jurdana de El Gasco, se presentó ante Francisco Iglesias, juez municipal, y ante Francisco Panadero, secretario del Ayuntamiento.  Había madrugado para hacerse las dos largas leguas que separaban su alquería de la cabeza del concejo.  Una mañana con una escarcha que abrillantaba los muchos riscales pizarrosos del contorno.  Estrecha y pedregosa la vereda.  Cruzando las heladas gargantas de “La Rolagüetri” y “La Sierpi”.  Llegaba al consistorio para dar cuenta del nacimiento de un niño, hijo suyo, al que había traído al mundo su mujer a las ocho de la mañana del día anterior, el mismo día en que también nacía el famoso pintor holandés Johannes Franciscus van Den Berg Gijsbertus, más conocido por  Johfra Bosschart.  Fue un lunes, a la misma hora en que el ministro yanqui de Justicia desataba una implacable caza de brujas contra comunistas y anarquistas.  La Iglesia Católica, Apostólica y Romana oficiaba misa recordando a San Maximino y San Fortunato.  Al niño le bautizarían con el nombre de Eusebio.

En la partida de nacimiento, Santiago Martín, padre de Eusebio, figuraba que tenía como oficio el de jornalero. Pero era una verdad a medias, porque los jurdanos solo eran jornaleros cuando salían a segar por Extremadura y Castilla, a varear aceitunas por la Sierra de Gata o a sacar patatas y cavar viñas en la Sierra de Francia.  Mientras permanecían en su tierra de Las Hurdes, la inmensa mayoría, por no decir todos, eran propietarios.  El celebrado escritor y filósofo bilbaíno Miguel de Unamuno y Jugo, en aquellas pinceladas de “Las Hurdes, notas de un excursionista”, publicadas en el periódico “El Imparcial” en 1913 y que luego verían la luz en el libro “Andanzas y visiones españolas (1922)”, reflexionaba: “Esos pobres heroicos hurdanos se apegan a su tierra; porque es suya.  Es suya en propiedad; casi todos son propietarios. ¡Y no ven al amo!  ¡Ni el polvo que levanta el automóvil del señorito latifundario les ciega los ojos!  No les insulta la ostentación del lujo ajeno.  Acaso son, en el fondo, unos anacoretas.  Pero, mucho peor, la plebe arrabalera de ciertas ciudades y villas”.

Yo conocí a Eusebio Martín Domínguez cuando ya era Ti,Usebiu, había atesorado mucha sabiduría popular y  peinaba un gran puñado de canas.  Era un hombre con una inmensa inteligencia innata.  Había recogido de los mayores de aquella antiquísima comunidad pastoril, sociocéntrica y cargada de mitos y leyendas, todo el saber antiguo, todo el derecho consuetudinario y muchas de las razones sociohistóricas de los jurdanos y su tierra.  Fue el primero que me definió, punto por punto, las fronteras geográficas de Las Hurdes, manejando topónimos altomedievales o anteriores con una memoria asombrosa.  Y me relató que, en “la antigüedá antigüísima”, los jurdanos, que eran pastores guerreros y pertenecían a las tribus de los Rucones, extendían sus fronteras más allá de las sierras.  También me habló de la gran ciudad de Ébura, por los términos del pueblo de Aceituna, que, al igual que la Peña de Francia, también les pertenecía: “La Virgin de la Peña de Francia -me refería-, que eh cumu la diosa de luh jurdánuh, jué ántih otra diosa nuéhtra, que loh antíguh le dicían la `diosa Anjalma`, y tamién l,habían trabajau la su imagin en una piedra negra, y al su tempru subiorin tóh loh nuéhtruh antepasáuh de pa,tráh atrasoti en la luna del consumu, cuandu afrorecin lah tollimeriéndah.  La diosa Anjalma ehtaba casá con el dióh Ancosu”.  El escritor extremeño Víctor Chamorro, en su libro “Las Hurdes, tierra sin tierra” (Salamanca, 1984), dijo de él que era “un hombre sabio, un pastor cuyo rostro parecía haber sido sacado de algún lienzo de El Greco”.  Y el sociólogo francés Maurizio Catani, que convivió muchas temporadas en la alquería de El Gasco, refirió en el II Congreso de Hurdanos y Hurdanófilos celebrado en Casares de Las Hurdes en agosto de 1988, que “Eusebio era todo un maestro, mi maestro.  Era un hurdano que conocía las cosas del mundo y las sabía explicar  porque las entendía en su sentido más hondo. Un hombre sereno, de divertida ironía y de gran agudeza intelectual”.

Sería Tío Eusebio, nieto paterno de Tío Manuel Martín y de Tía María Crespo (por la parte materna lo era de Tío Francisco Domínguez y de Tía Isabel Domínguez) el primer y valiosísimo informante jurdano que me contó todo lo referente a los antiguos antruejos de la comarca.  Él me habló de “La Cricona” y “Loh Araórih del Rozu”, del “Burru-entrueju” y de las “Mózah del guinardu”, de la “Mamadama” y del “Arruverdi” y de tantos otros personajes y pantomimas -los “rejuíjuh”- propios de las viejas carnestolendas.  Posteriormente, otros informantes de numerosísimos pueblos de la comarca me dictaron, en mis trabajos de campo, otras referencias de riquísimo valor antropológico que atesoraban en el arca de la memoria y el imaginario colectivo.  Y Tío Eusebio me descifró el enigma de la Tana, al que solo tienen acceso los iniciados que saben interiorizar la génesis y las claves del “Carnaval Jurdanu”, como esa gente de “Estampas Jurdanas” que sacaron a los antruejos de sus cenizas, los salvaguardaron, los dinamizaron y los proyectaron a los cuatro vientos.  Durante más de 25 años, dieron buena cuenta del carácter arcaico, mitológico, heterodoxo, transgresor, transversal, colorista, alocado, solidario, fraternal y de concejo abierto de los auténticos carnavales jurdanos.  Pasearon al “Rey-republicanu del Entrueju” a lomos de un burro, arrojándole paja y “salvau” (símbolos de la fertilidad); rivalizaron varones y hembras cantando aceradas pullas en torno a ese enorme pelele, dotado de grandes atributos sexuales y cornamenta de macho cabrío llamado “El Morcillu” o “Don Pericu”, cuyo ahorcamiento y quema hace que las mujeres se mesen los cabellos y se desgarren los vestidos; acompañaron a la “Tía Rechonchona”, símbolo de la dualidad muerte-resurrección; atronaron calles y plazuelas con sus cencerros y sus tamboriles; huyeron las féminas del “Toru Bardinu” o “Vaca Pinta”; representaron a la “Jilaora y loh mocínuh”, a la “Osa del Cabezu”, a la “Gallareta de Aceitunilla”, al “Gordu de los Casares”, a la “Mona y la Tarara de El Cerezal”, a los “Lagaréruh de Caminomorisco”, a los “Judíuh del Casar de Palomero”, a la “Jancana de Riomalo de Arriba”, al “Pelujáncanu del Pino”, al “Machu Lanú de Vegas”, a los “    Quíntuh macetéruh del Azabal” y a tantos y tantos otros personajes y “corróbrah” (escenificaciones carnavalescas en las que intervienen varios comarcanos) que elevaron a este emblemático carnaval a Fiesta de Interés Turístico el pasado mes de octubre, cuando se publicó en el Diario Oficial de Extremadura (DOE) el título alcanzado.

Pero hogaño, antes de poder estrenar la titularidad ganada a pulso gracias al buen hacer de la gente de “Estampas Jurdanas”, embistieron de mala y antidemocrática manera contra el “Carnaval Jurdanu”.  Cambiaron su fecha de celebración, sacándolo fuera de su contexto carnavalesco; se dieron cita en la Feria Internacional de Turismo (FITUR) para lucir el tipo y presentarlo sin contar con quienes lo habían rescatado y habían sido sus artífices durante casi tres décadas, plagiaron lo que les pareció del programa elaborado por “Estampas Jurdanas” y este próximo sábado, día 3 de febrero, festividad de San Blas en el pueblo jurdano de Nuñomoral (fiestas de gran raigambre y gran eco comarcal) escenificarán en la alquería de El Robledo de Casares, según el parecer de gran parte de los hijos de Las Hurdes (las redes sociales han ardido en estos días), una pobre copia de las auténticas carnestolendas de la comarca.  Estampas Jurdanas ha invitado a los técnicos o inspectores de la Junta de Extremadura que el pasado año se presentaron en el pueblo de Azabal para evaluar la evolución de la jornada carnavalesca del “Sábadu Gordu del Entrueju” y que obtuvo todo un sobresaliente, a que acudan este año al Robledo y hagan las comparaciones oportunas.  Lógicamente, los vecinos del concejo de Los Casares no tienen culpa de nada y gozan de todo el respeto y cariño de los miembros de “Estampas Jurdanas”, como bien lo demostraron en las ediciones del “Carnaval Jurdanu” celebradas en su auténtico día en las alquerías de La Huetre, El Carabusino y Casarrubia (Jurde), pertenecientes las tres a dicho concejo.  Seguro que, de vivir Tío Eusebio, éste hubiera cogido los antiguos caminos que llevan a “Luh Casárih” y le habría cantado las cuarenta a más de dos.  Pero él se nos fue el penúltimo día de un triste octubre, cuando comenzaban los árboles a desnudarse y las bolsas españolas registraban la mayor caída de su historia en una sola sesión.  Una afección al hígado se lo llevó de calle.  Era la efemérides de Santa Eutropia y San Serapión.  Cuando lo supimos, ya llevaba varios días en el camposanto.  Siempre nos quedará la pena de no haberle podido acompañar en sus últimos momentos; pero su memoria no se borrará de nuestras mentes.  Descanse en paz.


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