Rio Jerte a su paso por Navaconcejo

El Valle del Jerte al filo del agua gris

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Redacción DEx, Valle del Jerte, 14 de noviembre de 2025.- En la madrugada del jueves al viernes, cuando la borrasca borrasca Claudia descargó sobre la mitad occidental peninsular —y sobre todo en la zona de la sierra de Gredos y el Valle del Jerte—, la naturaleza dio un aviso brutal. El río Río Jerte, que serpentea desde las montañas quemadas hacia el embalse que abastece a más de 40.000 habitantes de Plasencia, apareció cargado de un agua gris, pesada, que no sólo traía lluvia: traía los residuos de un pasado que no se despeja.

Según el naturalista y experto en incendios Paco Castañares, esa masa de agua arrastra “miles de toneladas de ceniza, restos vegetales quemados y metales pesados altamente tóxicos” hacia el embalse. En su post en X (antes Twitter) advierte que la situación en el tramo de Navaconcejo (Cáceres) está al borde del desborde, y que lo que se ve por la superficie es sólo el comienzo de un proceso complejo.

https://x.com/PacoCastanares/status/1989082149971226720?s=20

El escenario

El incendio del pasado verano dejó una cicatriz profunda en las laderas del valle. Los árboles, los arbustos, la hojarasca, todo quedó consumido o debilitado. Con el suelo sin su capa vegetal protectora, el agua que baja ahora no sólo descarga —– arrastra. Y lo hace con un caudal que acelera al calor del viento y la lluvia, inundando cárcavas invisibles hasta hace poco.

A su paso por Navaconcejo —una localidad jerteña que se ha convertido en espejo de lo que ocurre ladera arriba— el río se estrecha, gana velocidad, recoge lo que antes permanecía inmóvil: cenizas, trozos de madera quemada, sedimentos, y lo que es todavía más grave, residuos metálicos que quedaron tras el fuego y pueden alcanzar los cauces.

Más abajo, el embalse de Plasencia se convierte en vasija de lo que la ladera arroja. Esa agua, destinada al consumo humano, se transforma en una mezcla de riesgo latente: no sólo turbidez, sino posible contaminación química. “Metales pesados” dice Castañares. La palabra huele a alarma.

Las implicaciones

Las posibilidades son múltiples y alarmantes:

  • Para el abastecimiento: Más de 40.000 personas dependen de ese embalse. Si el agua presenta parámetros alterados (metales, sólidos suspendidos, pH modificado), el riesgo para salud pública se dispara.
  • Para el medio ambiente: Los ecosistemas acuáticos y ribereños reciben un golpe doble: primero el fuego, luego la correntía tóxica. Peces, algas, invertebrados ya frágiles están asfixiándose.
  • Para el territorio: Un río que se desborda no sólo daña viviendas o caminos: redefine el paisaje, borra márgenes, descalabra la estabilidad de terrenos. Las cenizas actúan como un lubricante perverso.
  • Para la gestión del riesgo: Estamos en un territorio que ya sufrió el impacto del fuego. La borrasca lo intensifica. ¿Están preparados los servicios de emergencia, los técnicos de abastecimiento, los equipos de vigilancia? La voz experta de Castañares suena como advertencia.

En el terreno

En Navaconcejo, vecinos observan con preocupación cómo el río ha bajado “como nunca lo había visto”, color plomo, espuma que parece ceniza disuelta, troncos y ramas adosadas a piedras. Las estaciones de medida muestran un repunte del caudal y de la turbidez del agua. Las autoridades locales —aunque aún no han emitido un comunicado oficial que confirme la alarma de Castañares— están en estado de vigilancia.

Los accesos a ciertos parajes están cerrados por precaución. Los técnicos han empezado muestreos de agua; el mensaje preliminar: no hay aún confirmación de contaminación grave, pero el “potencial” existe y se va a monitorizar de forma continuada.

¿Por qué ahora?

Porque la lluvia siempre llega. Y cuando llega tras un fuego, el daño no espera. La borrasca Claudia ha precipitado un escenario que muchas zonas que quemaron en verano conocían como “riesgo latente”. El suelo que antes retenía agua como esponja, ahora la conduce. Las raíces muertas no sujetan. La gravedad actúa. Y las cenizas, la materia quemada, actúan como vehículo.

Castañares lo ha resumido en frase contundente: “El río arrastra miles de toneladas…”. No es metáfora: es descripción de un proceso real que muchos fuerzan a ignorar hasta que es tarde.

Qué se puede hacer

  • Refuerzos inmediatos de vigilancia del caudal, turbidez, parámetros químicos del agua abastecida.
  • Comunicación clara a la población de Plasencia y a los municipios ribereños: qué hacer si hay aviso de calidad del agua, alternativas de abastecimiento.
  • Mitigación en la cuenca: frenado de corrientes de agua (zanjas de infiltración, barricadas) para reducir arrastre de cenizas y sedimentos.
  • Limpieza y revegetación urgente de las laderas quemadas para reducir la erosión futura.
  • Planificación del riesgo a medio plazo: estos eventos extremos —incendios + lluvias fuertes— se repetirán.

Conclusión

El Valle del Jerte está librando ahora una batalla que no se ve: la del agua que baja, gris, pesada, con los rastros del fuego aún caliente. Lo que comenzó con llamas se transforma en un nuevo tipo de amenaza: la de la escorrentía tóxica, del caudal que devora márgenes, del embalse que bebe lo que el monte vomita.

Cuando reluce la advertencia de Paco Castañares, no es solo un grito al viento: es una firma desde el terreno, una voz que exige acción. Porque esta vez, el enemigo no es solo el fuego: es lo que viene después.