No hablo de la emoción que yo pudiera dar, esa la desconozco, hablo de la que recibo de mis alumnos.
Hoy como muchos otros días he visto y aprendido de ellos, son ellos los que me enseñan, me enseñan a creer y valorar, me enseñan que, merece la pena el esfuerzo por aprender un poquito más de cada materia que imparto, me enseñan que hay que, corregir sus exámenes por y para cada uno de ellos tal y como si estuvieran delante de mí, me gratifican haciéndome participe de sus vidas y sus problemas, el cogerles el teléfono a cada hora del día y ver como mi marido me mira como diciéndome ¿otro apadrinado?, no puedo evitarlo, sí, me hacen crecer, me hacen muchas veces olvidar el agotamiento físico y mental, porque con creces recibo su pasión por construirse sus propias vidas, veo sus ilusiones, sus amores, sus desamores, sí, me alimentan, me alimentan y me nutren con sus ganas de vivir, con sus ganas de cambiar el mundo, con su pasión por crecer y dar a la sociedad lo que con ilusión aprenden.
Y sigo hablando, claro que sí, claro que sigo ¿cómo no hacerlo?, hablo de su generosidad, hablo de la ilusión con la que entregan parte de si mismos, y no por el hecho de haber donado sangre o aportado su granito de arena en multiples actos solidarios, hablo desde la entrega que se traduce en sus actos, en sus miradas emocionadas por compartir con alguien a quien no conocen aquello que les nutre de vida; cuando veo todo esto en mis alumnos imagino que ellos sí, ellos desde su entrega desinteresada, desde su trabajo bien hecho, ellos sí, ellos van a cambiar el mundo para mejor, lo creo desde el corazón y apuesto con todas mis ganas a que, también desde la razón. Hoy como muchos otros días después de estar con ellos he pensando que, por fin van a conseguir que “el hombre sea un hombre para el hombre”.
Susana Padilla es Profesora de Cesur Cáceres