En 1926, publica su primer libro, Peregrinos del calvario, compuesto por tres relatos: “El pintor de los bellos horrores”, “El otro amor” y “La ciudad dormida”. En Peregrinos del calvario, Luisa Carnés ya imprime historias de personas de a pie que habitan la ciudad de Madrid. Aunque sería con la publicación de su primera novela, Natacha (1928), que llamaría la atención de la crítica literaria . Esta novela narra las condiciones de vida de su protagonista, Natalia Valle, una mujer obrera que trata de escapar de su vida mísera: “como todos los niños que crecieron en la tristeza (…) supo que el mundo sólo es miseria y dolor. No soñó con el amor”. En estas primeras obras, la autora comienza a perfilar su conciencia de género y clase.
En 1934 sale a luz su obra magna, Tea Rooms. Mujeres de clase obrera. Este libro supone la síntesis del estilo que Luisa Carnés había ido fraguando. Situándonos en un salón de té de la Puerta del Sol, la obra nos invita a recorrer los rincones del establecimiento a través de su reparto coral de personajes. Explorando una gran diversidad de temas como el nuevo modelo de mujer trabajadora y emancipada, las diferencias generacionales, el acoso laboral, las reivindicaciones obreras, la falta de sororidad por la cuestión de clase o la prostitución como fruto de la miseria. Es importante enmarcar el libro en el contexto de la II República y el debate entorno a la situación de la mujer; pasando a ser esa figura del “ángel del hogar”: la perfecta hija-esposa-madre, al modelo de “mujer moderna”. La narradora muestra su compromiso con la liberación de las mujeres, aunque haciendo mordaces críticas de cómo se puede ser libre siendo precaria: “Aquí las únicas que podrían emanciparse por la cultura son las hijas de los grandes propietarios , de los banqueros, de los mercaderes enriquecidos; precisamente las únicas mujeres a quienes no les preocupa en absoluta la emancipación (…) De una o de otra forma, la humillación, la sumisión al marido o al amo expoliador”.
Como hemos dicho, la obra es hija de los fuertes debates surgidos durante la II República. Luisa Carnés tomará un fuerte compromiso político durante estos años: comenzará a militar en el PCE y tendrá una productiva creación periodística, escribiendo artículos para Ahora, Estampa o Mundo Obrero. Como periodista, seguirá la línea de otras compañeras como Magda Donato o Josefina Carabias, poniéndole voz a las mujeres madrileñas: “Todo el año somos hormigas para podernos permitir, durante unos días, ser cigarras. ¡Se acabaron por ahora las camisas de hombre! Son mis días de descanso” ( Sueño de verano para la revista Estampa). También, se hará eco del debate acerca del voto femenino (ejercido en España por primera vez en las elecciones de 1933) y las controversias que suscitaron: “Hay que poner a la mujer en situación de comprender todas las verdades de todas las doctrinas (…) Hay que dotar a la mujer de la educación política de la que hoy carece; cuando esta cultura la haya desligado de influencias, entonces el voto de la mujer tendrá un verdadero valor”.
Tras el fallido Golpe de Estado el 18 de julio del 36 y el inicio de la Guerra Civil, Luisa Carnés seguirá ejerciendo su labor como periodista; continuó con su objetivo de contar la situación de las mujeres, esta vez las del frente: enfermeras, madres de combatientes, milicianas… Tras la derrota republicana, Luisa Carnés se vería forzada a abandonar España rumbo a la frontera francesa. Junto a otros tantos españoles, Carnés estuvo internada en un campo para refugiados. Estas terribles experiencias las recogería en su libro autobiográfico: De Barcelona a la Bretaña francesa. En 1939, el México de Lázaro Cárdenas recibiría a los refugiados españoles, entre los que se encontraba ella. Allí permanecerá hasta su muerte en el 64, donde seguirá con su producción literaria (como su biografía novelada sobre Rosalía de Castro) y periodística; reflexionando acerca de los españoles exiliados y el drama de no poder regresar a su patria.
Desde la crítica literaria feminista existe el debate acerca del canon femenino. La necesidad de adquirir un discurso propio, una notoriedad; salirse de los “textos patriarcales” para poder definirse. Leer a Luisa Carnés es precisamente esto: dotar de una voz diferente a los personajes femeninos; sentir que no se pasea de “turista” por las cuestiones de género y clase. Virginia Woolf escribía en Una habitación propia acerca del riesgo de no reconocer esta voz: “Se encuentra, como de costumbre, que no se sabía nada de ella”. Por desgracia, el olvido es ingrato y Luisa Carnés junto a otras tantas autoras – Concha Méndez, Rosa Chacel, Josefina de la Torre, María Teresa León… – han habitado los márgenes de nuestra literatura. Por suerte, son tiempos de sacarles de este olvido para que dejen de usar la escalera de servicio.
Fuente: VICE