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“Muchas Gracias, Miguel Ángel”, le gritó un aficionado a Perera en Guadalajara

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Era una expresión que hacía puesto en pie mientras Perera habitaba entre los pitones del sexto de la tarde, que se paró y no quiso estar a la altura de la expectativa que en él puso el matador al brindárselo a Pablo Lozano y al comenzar la faena con los estatuarios que son marca de la casa. Se paró el de Domingo Hernández, entregó la cuchara de la raza y no le quedó otra a Miguel Ángel más que reivindicarse como el inconformista que es para arrancar esa segunda oreja que le faltaba a su tarde para salir a hombros por la Puerta Grande que lleva el nombre de Iván Fandiño. Ese inconformismo y esa raza de figura por la que Alejandro, puesto en pie, le daba las gracias.

La primera se la cortó al segundo de su lote, un buen toro de Puerto de San Lorenzo, del que Perera extrajo todo lo mejor que llevaba dentro para moldearlo, incluso, a mejor. Construyó un lentísimo e impecable quite con el capote alternando chicuelinas, tafalleras, cordobinas, tijerinas y una media, todo ello, de quietud de piedra. Sólo se movían los brazos, las muñecas. La misma quietud con que impregnó la apertura de la faena de muleta, que creció sin dejar de hacerlo ya hasta el final a partir de la segunda serie, en redondo y tremendamente lenta. Impoluta. Impecable. Perfecta. Largo cada muletazo desde antes de empezar por cómo presentaba la franela el torero y por cómo la deslizaba, tan a compás, tan mecida, tan suave y tan honda, de forma que cada pase nacía ligado anterior y no moría nunca porque se enlazaba al siguiente. Más lenta fue aún la serie siguiente. Y más para sí mismo fueron cada una de las siguientes por ese pitón derecho, por donde el extremeño fue cuajando al astado de Puerto de San Lorenzo como si toreara sólo para sí mismo. No fue igual el toro por el lado izquierdo, pero por ahí le extrajo Miguel Ángel un natural inmenso que fue como una faena entera sólo él. Recetó una estocada entera y obtuvo un apéndice.

Le duró poco el primero de su lote, de Carmen Lorenzo, que tuvo la virtud de la nobleza y de lo despacio que se desplazaba. Por eso fue tan perfecto el quite por tafalleras sin enmendarse Miguel Ángel, toreando sólo con los brazos. Ya con la muleta, le enjaretó en la primera fase de la faena, la concebida sobre el pitón diestro, algunas series de muletazos largos y limpios de principio a fin. Le costó más por el lado izquierdo, aunque Perera lo empapó de franela, se la presentó muy puesta y la corrió siempre a la distancia exacta para prolongar la voluntad de embestir del toro. Pero éste sefue apagando y minimizando con ello el eco del trasteo. Pinchó el torero antes de una estocada entera y se hizo el silencio.

Plaza de Toros de Guadalajara. Media entrada. Se lidian tres toros de María Guiomar para rejones y otros tres de Carmen Lorenzo, Puerto de San Lorenzo y Domingo Hernández para lidia a pie

Diego Ventura: silencio, oreja y oreja con fuerte petición de la segunda
Miguel Ángel Perera: silencio, oreja y oreja

Fuente: Agencia taurina.


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