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xenofobiaKarl Marx escribió en el año 1854 desde el New York Daily Tribune  que ni en Francia ni en España es posible la autodeterminación porque son naciones preexistentes y solo puede admitirse el autogobierno de los pueblos colonizados por una metrópoli.

El  nacionalismo es un planteamiento muy radical, su idea es la idolatría de la nación, para ello se inventan dogmas  y   reducciones intelectuales que impermeabilizan la cultura nacional, con grandes deformaciones de la historia que aniquilan la capacidad autocrítica.

La xenofobia es  el desprecio a lo que no es nuestro. Se inculca la  superioridad  que solo conduce al ostracismo, sin embargo la eliminación de límites produce grandes  avances  sociales. No hay más que recordar  los   que se  ha  conseguido con la creación de   la   Unión Europea,   proporcionando más  de  sesenta  años de paz  y prosperidad  a este gran territorio después del sufrimiento que produjeron las dos terribles guerras  tan terribles y devastadoras. El nacionalismo promueve, sin duda, la xenofobia. Hay que  buscar un enemigo al que atacar, al foráneo  que  explota a los nuestros por ser superiores. Los de fuera  les roban. En nuestro país algunos están manifestando que personas importantes como Santa Teresa de Jesús, Colón o Leonardo da Vinci no eran españoles.

Tanto el nacionalismo como la xenofobia son  una   patología social, sea de  izquierdas o de derechas, un grupo humano  hace creer a los ciudadanos de un  territorio que solo ellos van a ocuparse y defender sus derechos e intereses insistiendo en   la idea de que los protagonistas poseen unas  ciertas características  singulares  respecto a los demás, invocan con orgullo  una genética más perfecta.  Se advierte la petulante vanidad de un pueblo que se cree oprimido y por ello  no desea colaborar con otros grupos sociales aunque  en realidad lo que intentan es tomar el poder para dirigir la sociedad y controlar sus fuentes de riqueza. La oligarquía se apodera del sistema  basándose en la superioridad de los que creen en ellos.

Se ha repetido  con mucha frecuencia la frase de un  filósofo alemán: “El nacionalismo es un sistema que utiliza la burguesía para dividir al proletariado”. Puede ser exagerada esta afirmación como han manifestado otros grandes pensadores pero  lo que importa es  poner en evidencia  las terribles consecuencias del dogmatismo  y  las construcciones sociales con restricciones que realmente perjudican la convivencia.  Los populismos intentan manipular con  promesas que no pueden cumplirse. Crean  “circunscripciones geográficas”  artificiales  que   se alimentan de historias pasadas con las que se pretende inventar una comunidad imaginaria “natural” con derecho a proclamar su peculiaridad. Se trata de inventar una historia, unos antecedentes,  “creando” fundadores ilustres e imaginadas  victorias.   Hay colectivos  que se empeñan en defender que un conjunto de personas con la misma lengua y cultura tienen derecho a la autogestión, al autogobierno que lleva inevitablemente al localismo, señalando antagonismos inexistentes  que solo conducen  al aprisionamiento de todos  en un reducto limitado  y, en definitiva  al ataque, incluso violento, contra los que no aceptan su superioridad.  Revisan  el pasado, ensalzando a líderes históricos o sacando del olvido batallas seculares que no tienen ningún  interés en la vida de hoy.

Se ha constatado que cuando un colectivo avanza hacia la libertad, va librándose de las ataduras  que le han oprimido, relegándole a su limitado espacio de corta perspectiva,  que valora solamente la tierra, su tierra  y mantiene ideas. Lo cierto es que  quien quiera bien a su  pueblo debe velar por hacer que sea mejor  y ello se consigue  ampliando las miradas hacia fuera, actitud  que, sin duda, enriquece.

En la obra “La experiencia dionisiaca del mundo”   se  destaca algunos planteamientos de estos idearios.  “El nacionalismo es  un  peligroso delirio donde el orgullo de  locuaces pueblerinos reclama con grandes gritos el derecho a la soberanía” Algunos filósofos alemanes   como Herder y Fichte, defendieron  doctrinas favorables a la superioridad de la nación,  que, como se ha demostrado, han dado tristes resultados en la reciente historia.

Todos los nacionalismos tienen el mismo tinte dogmático, nefasto para la convivencia pacífica, se muestran más emotivos que racionales, no hay que aceptar sus imposiciones. Lo importante es alcanzar  el ideal que significa  respeto a todas las ideas,  conseguir que las diferencias  sean intranscendentes y no se impongan con violencia. Vargas Llosa ha manifestado que hay que enfrentarse a los nacionalismos, que ha  definido como “utopías arcaicas”.

Guadalupe Muñoz Álvarez

Académica Correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación


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