Digital Extremadura

Salvar las semanas santas, pero todas.

OPINIÓN
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Dice el juez Calatayud que incluso antes de empezar la Cuaresma ya está detectando un cambio de discurso en los medios de comunicación para tratar de «salvar la Semana Santa». Y no puedo estar más de acuerdo con él en que es un nuevo error.

Ya lo hemos visto en la navidades, y basta con salir a la calle para darse cuenta de que va a pasar algo parecido con los carnavales: que nos dan cuatro días libres y nos olvidamos del #quédateencasa, del auto-confinamiento y del distanciamiento social.
Los parques llenos, los bares y terrazas a tope.
Nos encontramos realmente ante un dilema moral; un problema bien conocido en bioética que corresponde al llamado principio de doble efecto. Ocurre cuando al buscar un bien deseado se obtiene también un mal indeseable. Queremos salvar vidas y sabemos que lo ideal sería un confinamiento forzoso, pero entonces la economía se resiente, ¿verdad?
No obstante, la prioridad absoluta debería ser la salud, el evitar las miles de muertes semanales que se siguen produciendo. Y sabemos que si todo el mundo – literalmente, los 7.700 millones de personas del planeta – fuera confinado durante tres semanas al mismo tiempo venceríamos al coronavirus con relativa facilidad.
¿Por qué no lo hacemos? ¿Por qué no son capaces nuestros gobernantes de ponerse de acuerdo?
Es desolador pensar que sólo en España hay diecisiete gestiones diferentes de la crisis que actúan de un modo desigual.
Pero ni siquiera es ese el principal problema, en mi opinión, sino el cortoplacismo de las medidas; la incapacidad de pensar más allá de las próximas dos semanas. La falsa razonabilidad de creer que las medidas deben adecuarse a la situación de «cada momento». Y, en especial, la pretensión de querer salvar una actividad económica que ya no existe como tal, haciendo como si fuera a ser posible mantenerla a flote, como si «aquí no estuviera pasando nada excepcional». Circulen… o ahora no. Pero limítense a obedecer.
¿Y entonces, cuál es la solución? – estarán pensando. Tenemos buenos ejemplos a nivel mundial de los que deberíamos aprender qué hacer.
En primer lugar, decretar el estado de excepción y cerrar el país por completo (Nueva Zelanda). Un nuevo confinamiento duro sabemos que reducirá la incidencia y aplanará la curva pero de verdad, salvando muchas vidas.
Para poder llevarlo a cabo sin dejar a nadie por el camino, congelar todos los impuestos a la actividad económica (Alemania). Es cierto que en España son muchos más. Pues dejar de cobrarlos todos: cuota de autónomos, IVA, impuesto de sociedades, seguridad social, IBI, impuestos municipales, etc. Si durante uno o dos meses no va a haber más economía que la esencial, el Estado no debe seguir recaudando de un modo tan «negacionista» de la realidad.
Por último, y para poder llevar a efecto las dos medidas anteriores sin que la deuda pública se dispare, deben tomarse medidas drásticas (China) de contención del gasto público. Ya se ha perdido una oportunidad excelente de suprimir la paga extra de diciembre a todos los funcionarios (algo incomprensible si recordamos 2010-12), pero perfectamente se puede reducir la nómina de todos los empleados públicos. Un 20%, un 30% o un 50%. Lo que sea necesario, sólo va a ser uno o dos meses.
Además de, por supuesto, eliminar cualquier otro gasto público que no sea considerado absolutamente imprescindible. Perdónenme, pero no es momento de ayudar a las televisiones, ni de campañas por la igualdad, ni por el trabajo digno – ¡¿qué trabajo?! -, ni siquiera de ayudar a renovar el coche o cualquier otra causa similar, por muy legítima que sea en circunstancias normales.
Soy consciente de que para llevar a cabo estas propuestas nuestros políticos deberían tener en mente que esto de la pandemia no es ya sólo cuestión de vacunarse, y que probablemente va para largo (he apostado a que nos acompañará hasta 2023).
Deberían actuar con libertad y dejar de pensar en los votos, incluso en el qué dirán dentro y fuera de nuestras fronteras.
Pero estoy convencido de que relajando medidas lo único que consiguen es prolongar el sufrimiento de toda una sociedad. Y de que más nos valdría que no intentaran «salvar la Semana Santa de 2021» sino que pensaran en salvarlas todas. Todas las demás, me refiero, esas que a partir de 2022 muchas víctimas del virus se van a estar perdiendo por su incapacidad en la gestión.
Más que nada porque nadie nos puede asegurar que no vaya a ser nuestro traje de nazareno el que se quede vacío.
Daniel Muñoz Cruz.

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