14 de diciembre de 2025. DEx
Extremadura se asoma al 21 de diciembre con una sensación conocida y, al mismo tiempo, inquietante: la de estar votando algo más que su propio futuro. Las encuestas publicadas hasta hoy dibujan un escenario nítido en las formas, pero lleno de sombras en el fondo.
El Partido Popular sigue liderando con comodidad, sí, pero sin alcanzar esa mayoría absoluta que otorgaría estabilidad sin muletas. María Guardiola aparece como la dirigente mejor valorada, con un perfil que convence más que las siglas, aunque ni siquiera eso parece suficiente para despejar del todo el tablero. El voto popular crece, pero no despega. Y esa es, quizá, la primera gran clave de estos comicios: Extremadura quiere cambio, pero no se entrega sin reservas.
En el lado opuesto del espectro, el PSOE extremeño vive su momento más delicado en décadas. Las encuestas confirman un hundimiento sostenido, lastrado por un candidato al que le persigue la sombra de la imputación y la espera de un juicio que ha terminado por convertirse en un lastre electoral. A ello se suma una militancia fracturada, desmovilizada y sin un relato común. El PSOE paga caro no solo los errores propios, sino también la incapacidad de renovar liderazgos y reconectar con una base social que ya no se siente interpelada. En muchos municipios, el voto socialista no se fuga: se queda en casa.
Mientras tanto, Unidas Podemos consolida su espacio. Sin grandes alardes, pero con constancia. Irene de Miguel aparece en alza, capitalizando un discurso coherente, reconocible y cada vez más asentado en su caladero tradicional. No crece de forma explosiva, pero resiste y afianza, algo nada menor en un contexto de polarización y desgaste generalizado. Su fortaleza está en la coherencia; su techo, en la dificultad de ampliar su mensaje más allá de los convencidos.
Vox, por su parte, juega otra partida. Con un candidato prácticamente desconocido en Extremadura, la formación de Abascal ha optado por una campaña nacionalizada, apoyada casi en exclusiva en su líder y en un mensaje simple, directo y emocional. El descontento juvenil, el desencanto con la política tradicional y la sensación de falta de oportunidades están siendo el caldo de cultivo perfecto para una opción que no necesita estructura territorial cuando tiene altavoz permanente. No seduce por propuestas, sino por ruptura, y eso, hoy, tiene mercado.
En los márgenes, los regionalistas apenas logran hacerse visibles. Siguen lejos de ese ansiado 5% que les permitiría entrar en la Asamblea. Falta de implantación, escasa presencia mediática y un discurso que no termina de calar más allá de los convencidos de siempre. Extremadura sigue sin encontrar una fuerza regionalista capaz de romper el techo de cristal.
Con este panorama, la última semana de campaña se presenta decisiva. La intensidad sube, los líderes nacionales desembarcan casi a diario y el mensaje se nacionaliza sin complejos. Extremadura se convierte en escenario y termómetro. Un pulso político de alcance estatal, aderezado por un ruido constante sobre corrupción, causas judiciales y reproches cruzados que no hacen sino aumentar el hastío ciudadano.
Porque si algo flota en el ambiente es eso: cansancio. Cansancio de promesas, de titulares huecos, de campañas diseñadas en despachos lejanos. El 21D no será solo una cita con las urnas; será también un test de ánimo colectivo.
La pregunta ya no es únicamente quién gobernará Extremadura, sino cuántos extremeños seguirán creyendo que su voto sirve para algo. Y esa, quizá, sea la verdadera batalla que se libra estos días.






