Si observamos el mapa bajo estas líneas de 1459, creado por el monje italiano Fra Mauro y su asistente Andrea Bianco –considerado el mejor memorial de la cartografía medieval que se conserva-, se contempla un mapa lleno de detalles, que ilustra incluso áreas que en ese momento eran desconocidas para el hombre, como África Austral. Su orientación está invertida: Europa se encuentra arriba a la izquierda, el Mediterráneo y África debajo, y Asia a la derecha.
Por su parte, si observamos el mapa de 1525 de la portada, que toma su nombre del cardenal Giovanni Salviati -dibujado probablemente por Nuño Gracía de Toreno-, el material imaginario de las áreas inexploradas desaparece y quedan en blanco a la espera de ser rellenadas. Con esta simple apreciación se puede inferir el paso desde la creencia medieval de saber todo lo que había que saber a la mentalidad moderna de la exploración y la conquista europeas.
Los siglos XV y XVI vieron nacer bajo manos europeas mapas del mundo con gran cantidad de espacios vacíos que anteriormente eran rellenados con fantasías de monstruos y maravillas. Y esto está ligado íntimamente con el desarrollo de la forma de pensar científica junto al impulso imperial europeo.
Cristóbal Colón formó parte del inicio del imperio europeo, que se lanzó a la mar camino al oeste desde España, en busca de una nueva ruta hacia Asia oriental. Colón aún tenía una mentalidad medieval limitada en cuanto a lo conocido, al creer también en los antiguos planisferios medievales que le llevaron a mantenerse en el error el resto de su vida de que había desembarcado en las Indias y no en un nuevo continente. Sería el marinero italiano Amerigo Vespucci –que dio nombre a América como homenaje del cartógrafo Martin Waldseemüller- al que se le atribuirían dos textos publicados entre 1502 y 1504 en Europa que describen las expediciones de Colón como el descubrimiento de un continente no descrito por las Escrituras y no la costa de Asia oriental.
El hecho de aventurarse a reconocer, en una época de mayoritario pensamiento medieval, que no se sabía lo que se tenía delante supuso el inicio de la primacía de Europa sobre el resto del mundo, y el descubrimiento de América fue el acontecimiento fundacional de la revolución científica. Si se querían conquistar territorios completamente nuevos, se necesitaba estudiar la flora, la fauna, la geografía y todo lo que tuviera que ver con el nuevo continente.
Esto supuso reconocer que no se sabía todo y los puntos vacíos de los nuevos mapas fueron el imán que atrajo a los europeos y les dio una motivación vertiginosa para la exploración.
Pero, si en 1850 los frutos tecnológicos de la revolución científica estaban verdes y la brecha entre las potencias europeas, asiáticas y africanas era pequeña, ¿por qué Europa tomó la carrerilla? Porque compartían una serie de valores, mitos, aparato judicial y estructuras sociopolíticas que habían madurado durante siglos, desde los inicios del imperialismo. Y la ciencia moderna y el capitalismo hicieron estallar en la dominancia del mundo moderno tardío. Esta conexión cultural no existía en otras culturas más avanzadas y cuando comenzó la bonanza tecnológica, los europeos las pudieron someter antes y más eficazmente.
El carácter único de la ciencia moderna que floreció en los imperios europeos, que compartían creencias y leyes, comenzó con la expansión imperial, y el lazo histórico entre la ciencia moderna y el imperialismo europeo se forjó no por la tecnología, sino porque los exploradores de los nuevos territorios, desde conquistadores hasta médicos y botánicos, partían de la base de no saber que había ahí fuera.
El imperialismo europeo difiere de los anteriores proyectos imperiales de la historia en algo fundamental: la búsqueda de conocimiento. Mientras que el resto de imperios de la historia, como romanos, aztecas o árabes buscaron conquistar nuevas tierras con el fin de extender su visión del mundo al suponer que ya conocían todo lo que había ahí fuera, los imperialistas europeos comenzaron su andadura hacia tierras desconocidas con el fin de obtener nuevos conocimientos inherentes a los nuevos territorios. Y esto es lo que ha caracterizado a la cultura europea hasta nuestros días, hasta el punto de que la exploración traspasa fronteras gravitatorias y es común a todas las culturas del mundo.
Este pensamiento, junto a la ciencia moderna y al capitalismo fue lo que llevó a Europa a pasar de un atrasado y distante rincón del mundo mediterráneo a dominar el planeta. Esta dominación ha sido relegada por otras fuerzas, pero su legado de ciencia y capital, que tiene una enorme deuda con las antiguas tradiciones científicas –China, la Grecia clásica, la India y el islam- rige prácticamente cada rincón del planeta.
Esto no quiere decir que a lo largo de la historia el resto de culturas no hayan contado con eminencias científicas o tecnológicas, simplemente la ciencia moderna comenzó con europeos que compartían unos códigos comunes, a la par que otros lugares como China, India o Asia decidieron no embarcarse en la empresa de las Indias, o lo hicieron demasiado tarde, cuando se dieron cuenta de que los europeos tenían la suficiente fuerza como para empezar a conquistarles. La clara evidencia de estos dones repartidos es que la ciencia moderna es ya una empresa multiétnica.