El beneficio de confiar en el futuro y alguno de sus males

El beneficio de confiar en el futuro y alguno de sus males

El mundo en el que vivimos es posible gracias a un elemento inmaterial inherente en el ser humano desde su creación: la confianza. Pero adaptada en esta era moderna al sistema capitalista: la confianza en el futuro.

Resumidamente, el cerebro se divide en tres componentes principales que se correlacionan: la neocorteza, conocida como el cerebro “más nuevo”, correspondiente al Homo Sapiens, el homínido más reciente en la historia. Y las dos secciones intermedias, que conforman nuestros cerebros límbicos.

La neocorteza es la responsable de nuestro pensamiento racional, analítico y del lenguaje, mientras que los cerebros límbicos son responsables de nuestros sentimientos, como la confianza y la lealtad, los más primitivos. También son responsables del comportamiento humano, como la toma de decisiones, y no tienen capacidad para el lenguaje.

Nos comunicamos de adentro hacia afuera, es decir, desde donde reside la confianza o la lealtad (cerebro límbico), para permitir posteriormente que las personas lo racionalicen mediante lo que decimos y hacemos, mediante el pensamiento racional y analítico (neocorteza). A veces, lo que decimos, oímos o palpamos está alineado, pero no nos sentimos bien con ello, no confiamos. En este momento, el pensamiento primitivo no está alineado con nuestro pensamiento más moderno.

Por eso, la meta principal del capitalismo es venderle a los que creen lo mismo que tú y no a los que necesitan lo que vendes. Y aquí entra en juego la confianza.

Pero, ¿qué es el capitalismo? Su principal función es la de convertir en producción el dinero, los bienes y los recursos, basándose en un elemento de nuestro ser más primitivo: la confianza. La diferencia es que esta confianza se ha reconvertido en una confianza en el futuro. Un invento moderno.

Anterior a la época moderna, las transacciones económicas sólo se producían por elementos tangibles que existían en el momento. No se conocía otra forma de transacción, pues la confianza en un futuro mejor prácticamente ni se planteaba. A partir de la era moderna, y tras una serie de fortuitos encuentros con los frutos de confiar en los beneficios futuros de determinadas personas y empresas –los beneficios que Colón proporcionó a los Reyes Católicos con el decubrimiento de América- comenzó la confianza en el crédito: te presto porque confío en que en el futuro tu negocio irá bien y, además, yo me beneficiaré de ello.

Admitir la ignorancia hizo el resto. Pues sin una necesaria curiosidad por lo que no se sabe, sin el deseo de descubrir, es complicado tener miras hacia lo que pueda venir.

Pero todo tiene un precio, y no precisamente económico. Quizás por eso nos cuesta tanto vivir en el presente, esperando siempre un futuro mejor y desestimando lo que gozamos actualmente. ¿Qué pasará cuando la confianza en el futuro se nuble partiendo de una base que se tambalea porque no sabemos vivir en el presente? Ahora lo estamos viviendo. Y ya lo hemos vivido, o leído.