En los últimos años han tenido lugar unas justas protestas, pero que algunos fanáticos han terminado incendiando establecimientos de pacíficos ciudadanos o derribando estatuas de personajes históricos.
Han ocupado la primaria mediática las protestas desatadas por la muerte del afroamericano George Floyd en mayo de 2020, en un nuevo caso de brutalidad policial en EE.UU, muchas estatuas vinculadas al comercio de esclavos fueron atacadas en diferentes partes del mundo. En ese clima, algunos extremistas fanáticos arremetieron en Estados Unidos contra otras estatuas de colonizadores y misioneros españoles, como Colón, Junípero Serra e incluso contra Cervantes. Esta furia visceral se extendió por Europa, pero también por América y España. Un indicador de esta cólera masiva puede ser la cantidad de entradas que tiene Google sobre estos hechos. Si se introducen las palabras “derribo de imágenes de Colon y misioneros” nos da 43.500 resultados, pudiendo ver en internet las enfrentadas posiciones al respecto. Cortés, que no tiene, a diferencia de Pizarro, ninguna estatua en México, murió en España, pero ordenó en su testamento ser enterrado en México, donde reposa en la humilde iglesia del Hospital Jesús de Nazareno, que él fundara, siendo ahora protegido permanentemente por la Policía ante el peligro real de la profanación de su tumba.
Esta pulsión asesina y destructiva, no solo a personas enemigas, sino a sus símbolos más sagrados, es una constante en toda la historia de la humanidad y están presentes en todas las guerras, sean religiosas, tribales o nacionalistas. El problema para las generaciones futuras estriba, no tanto en juzgar y condenar la maldad de esos actos, en lo que tal vez la mayoría están de acuerdo, sino de conservar o destruir los recuerdos y monumentos de esos pasados tiempos o de estatuas de personajes, que estuvieron asociados a esos hechos. Y aquí pueden ser válidas opiniones diversas. Pero hay un elemental principio, que debe tenerse siempre en cuenta, como es que no podemos juzgar hechos históricos del pasado con los valores y normas del siglo XXI.
Como ejemplo, dentro de nuestra cultura cristiana, las Cruzadas, las Guerras Santas de Conquista y la Inquisición con la quema de herejes, bendecida por la Iglesia Católica, hoy no son defendidas por ningún buen cristiano, empezando por el Papa Francisco: ” No es lícito hacer la guerra en nombre de Dios” (Mosul, Irak, 7 mazo 2021)
La familia, la religión y la patria han sido pervertidas por el poder en toda la historia, a la vez que han servido a las más notables obras y valores. Casi todos los grandes monumentos de arte mundial, se han mezclado con perversos intereses, pero la solución no es el visceral derribo, sean de catedrales, mezquitas, pirámides, obeliscos, cruces, bibliotecas o arcos de triunfo. También el patrimonio de Mérida es fruto de la invasión y de la dictadura imperial romana sobre nuestros pueblos “originarios”, asesinando a una jovencita nativa Santa Eulalia, bajo el imperio de Diocleciano.
.¿Tenemos que destruir el Olimpo ateniense porque sus dioses eran unos pervertidos, violadores y adúlteros o el Circo romano , testigo de tantos crímenes de inocentes cristianos? ¿Debemos derribar el Kremlin soviético, el mausoleo de Lenin, el museo del Gulag o el campo de exterminio nazi de Auschwitz? Ciertamente que se trata de historias muy diversas, pero en mi estimación se deben conservar esos espacios simbólicos, para que las generaciones futuras aprendan a no repetir nunca esas barbaries.
Desde esta perspectiva debe plantearse el debate sobre la Cruz de los Caídos de Cáceres., que en mi opinión no debe derrumbarse ni trasladarse, sino generar una pedagogía colectiva para abominar las guerras civiles y realzar el verdadero símbolo de una Cruz. Para millones de cristianos y para la mayoría de extremeños, la Cruz y el Mensaje de Jesús es amor, perdón, reconciliación, fraternidad universal humana O como ha escrito un lector de mi carta en Hoy del 30 de mayo “La Cruz con mayúscula, no sólo se limpia, se adora y se besa, por ser el símbolo de la Paz”.(Miguel del Barco, académico, organista y compositor extremeño)
Necesitamos pensadores cultos, que sean capaces de conectar con él Pueblo, para que sé deje de hacer daño, por querer ser más……………………..