victor manuel
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Dice Victor Manuel que su relación de cincuenta años con Ana Belén se debe a que
siempre la organizó como si fuera provisional, lo que ha implicado cuidado, generosidad,
atención, respeto…algo que no hubiera ocurrido si hubiera creído, desde su principio, que
iba a ser eterna.

Suena interesante la explicación y entiendo su argumento de fondo, aunque difiero en el
matiz de que a lo eterno, puesto que permanece, se le preste menor cuidado, pero bueno
la forma de pensarlo va en gustos y no seré yo quien se lo discuta a un asturiano serio en
su vida y en sus convicciones. Al menos, eso es lo que transmite su biografía.

Si me dejan amigos, les diré que todos los asturianos con los que he tropezado a lo largo
de mi vida son profundamente serios y escrupulosos. A los tres compañeros que tuve en
la facultad, nunca los vi descomponer el gesto salvo en la cena en la que celebramos el
“paso del ecuador” cuando a los postres, habiendo apurado un par de botellas de buen
vino, dos de ellos se subieron a una mesa a bailar a los acordes de una canción que
puede que fuese “Asturias patria querida”, aunque no lo recuerdo. Todavía no era
entonces el himno territorial; la región no se llamaba autonomía y tararearla no era
síntoma de ninguna falta de respeto, ni tampoco los tiempos eran los de ahora, tan llenos
de escrupulosos guardianes de “lo correcto” e “incorrecto” según las circunstancias.

Tenían fuerza las letras de las canciones, fueran propias o ajenas, cuando mi generación
se criaba. Era un axioma aquello de que “la poesía es un arma de futuro” del olvidado
Celaya, sin exclusión. La democracia asomaba su cabeza espléndida mientras la
confianza en un futuro pleno se afianzaba con rotundidad. Que distinto de ahora, en qué
parece que estuviéramos -demasiadas veces- profundamente fatigados; meros
espectadores de nuestras propias vidas, como si todo no pudiera ser de otro modo, sólo
bronca y pura supervivencia. A cualquier precio.

Puede que tenga razón Victor Manuel y el creer que las cosas se pueden romper es lo
único que nos vuelve más cuidadosos con ellas, puede que sea ese el quid del asunto. En
los espacios grandes y en los pequeños. En el país y en las autonomías. En las ciudades.
Y en los pueblos. Puede que, a lo mejor, los mayores desencantados -por serlo- y los
jóvenes -por poco advertidos- nos hayamos creído (qué necios) que cuanto tenemos
(democracia, libertad, bienestar, economía…) va a estar siempre ahí. Hagamos lo que
hagamos. ¡Ay, tontos…!

Porque muchos tenemos, en algunas ocasiones, la sensación atroz de que podemos
estar a punto de romperlo todo. Lo que existe, lo que es, lo que esperan los hombres y
mujeres adultos, lo que necesitan los niños. Fuera de un proyecto global de convivencia y
de desarrollo, cada parte por libre, insolidarios


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