Hoy me ha venido a la memoria. La violencia de la película de Sam Peckinpah, “Perros de paja” se me incrustó fieramente en los sentidos, de tal forma que no volvería, por gusto, a visionarla. Aún recuerdo la atmósfera viciada que abre paso a las escenas finales, la tensión compartida con el protagonista, cuando metido en una verdadera “ratonera” no le queda otra que comportarse igual que el peor de los “animales” que los acosan.
Era el año 1971 y veíamos cine sin parar. Al menos, hasta que se agotaba la asignación mensual de estudiantes que recibíamos de nuestros padres. No siempre lo entendíamos todo, pero volvíamos sobre nuestros pasos una y otra vez, en pos de los nuevos nombres extranjeros que borrasen de nuestra retina el cine español (tan “casposo” de aquellos tiempos). Enseñar la violencia que desencadena el odio al diferente y los prejuicios de los lugares cerrados e innobles se tenia como el instrumento más válido para aborrecerla y erradicarla.
Ahora, el director rumano Cristian Mungiu trata un tema parecido, en el que para hablar del auge de la extrema derecha y el racismo en Europa, utiliza en su nueva película, ‘RMN’, un hecho real ocurrido en el pueblo de Rimetea en Transilvania, en 2020. Allí, el propósito de contratar a unos emigrantes en una panadería, desemboca en toda una serie de elementos violentos y discriminatorios contra los que llegan de fuera, con otras costumbres, otra raza y otra fe. El lugar, muy cerrado en sus tradiciones, se enfrenta a unos desconocidos y los aparta. El film acaba de ser estrenado en los cines.
El asunto no es nuevo y hasta me atrevería a decir que carece de soluciones fáciles, en un cuento de nunca acabar. Tal vez, porque los recelos hacia “el otro” son inevitables. Y los humanos siempre tendemos a sentirnos atacados. En cuanto suponemos que alguien pretende absorber nuestros espacios, reaccionamos de una manera bastante irracional. Y buscamos defenestrarlo de cualquier sitio en el que estamos, o creemos nuestro. Supongo que para evitar la competencia.
Particularidades hay muchas. En distintos niveles. Con este asunto, sucede como con la corrupción. Que existen variados tipos, unos más velados que otros, y habría que ponerse de acuerdo primero en lo que se entiende como tal. Y no intenten debatir sobre ello de una manera sosegada porque es literalmente imposible. Pero en esa costumbre inveterada de algunos sitios de escudriñar en la genealogía de los recién llegados, esa terminación de las frases: “Pero tú no eres de aquí”, esa necesidad de presumir a cada minuto los propios apellidos foráneos, sean o no ilustres, ese creer que la tierra de nacimiento de uno mismo no tiene parangón, y que el resto de localidades no pueden competir con ella, son síntomas descarnados de unos fuertes sentimientos de no aceptación, como un igual, del que llega de fuera. Aunque se haga con modales elegantes y frases educadas. ¿Qué me dicen? ¿A que les suena?