Hay una anécdota muy simpática de la fallecida actriz Gracita Morales, en la que ella, contratada en una familia que se da mucha “importancia”, critica a la señora por avergonzarse de su nombre verdadero: “Tanto Luchi, tanto Luchi y se llama Luciana”, rezunga cuando la tiene harta. Hoy la he recordado, viendo cómo está el debate nacional y hasta me ha dado por preguntarme si, de la misma manera que en los textos evangélicos se reniega de quienes escandalizan a los niños, podría hacerse lo mismo, por aquello de las responsabilidades políticas, a los llevan a la militancia de una organización cualquiera, a situaciones de desorden mental colectivo.
El asunto no es baladí. Cuando Felipe González perdió el poder en 1996 – por poco, pero lo perdió- en la sede de Ferraz no existían, que se supiese, ni siquiera listados de asociaciones sociales, que es por donde (al menos en los entornos pequeños) se debe empezar un trabajo político que se precie, conociendo y tratando a tus vecinos. El gobierno desde la Moncloa había sido tan intenso e importante, tan contundente, que había cuasi anulado la propia labor del partido y su debidas conexiones en el entorno social. Con Aznar gobernando hubo de “remangarse” y volver al comienzo. Desde la base. Alfredo Rubalcaba tuvo mucho que ver con ello. Y otros muchos, que lo acompañaron.
Y digo lo del desorden mental (dudas, discusiones, vacilación, enfrentamientos orales, actos de fe a ultranza…) por decirlo de una manera suave y porque es lo que observo por todos los lados. Como cada militante es como es, cada uno reacciona a su manera, pues no hay reglas de juego en este envite, independientemente de que lo muestre o no en público. Los hay que confían ciegamente en sus líderes: no pueden estar equivocados quienes han conseguido victorias que les han llevado al poder (casi) omnipotente del que disponen. Otros, sin embargo, no se posicionan por prudencia y esperan a ver los acontecimientos que sin duda vendrán, preocupados y escondidos tras la calma chicha que siempre acompaña a la situación cómoda de estar entre la mayoría. Otros, dependen del criterio de sus “superiores” por tener un trabajo y un sueldo debido a ellos y no querer ofenderlos, no sea que…Existen también, y son mayoría, los que piensan que la alternativa pudiera ser catastrófica. Pero si se pudiera hacer una encuesta donde las contestaciones se adaptaran al sentir real, sin duda podrían comprobarse las dudas y el desequilibrio, la indecisión y el vértigo que la militancia más sensibilizada tiene. Ante una situación tan desequilibrante como la que estamos viviendo.
Junto a los grupos de militantes citados, existe también el de aquellos a los que, por edad y conocimiento de las cortinas de la historia, o simplemente por sentido común, las decisiones que en los últimos tiempos se vienen tomando desde las alturas les agobian mental y físicamente. Les hace añicos las creencias de toda una vida y una forma de interpretarla. Son los que han creído en el capital de la palabra dada, de los compromisos, de un patrimonio de ideas siempre transmitido de una generación a la siguiente, base sobre la que han elaborado un ortodoxo esquema político apoyado en axiomas que le han dado su credibilidad, su razón de ser y el convencimiento íntimo de estar siendo útiles, aunque se hayan podido cometer errores. Para todos ellos, el impacto es brutal. Desde todos los puntos de vista. ¿Son unos carpetovetónicos como la propaganda oficial pregona ?¿O son los guardianes de las esencias de una organización con muchos siglos de historia, brutalmente zarandeada en sus raíces por quienes tienen mayor obligación de guardarla? Posiblemente ninguna de las dos cosas. La Historia lo dirá, sin ambages.