Qué escalones tan incómodos aquellos del gallinero del Gran Teatro. Eran los primeros años sesenta. Pero desde allá arriba, y solía ser al regreso de vacaciones, vimos aquel cine magnífico y esplendoroso que nos ponía en un grito los anaqueles de nuestra imaginación y nuestra sensibilidad.
Moisés en “Los Diez Mandamientos”, Judá Ben-Hur y la carrera de cuádrigas, Myo Çid Roy Díaz, poquito que ver con el que conocimos luego en el Cantar, pero en fín…Y en todo, y mucho más, aquel hombrazo que parecía esculpido por el cincel de Michelangelo Buonarotti, ¡él mismo en “El Tormento y el Éxtasis”!
Pero Charlton Heston no fue sólo el actorazo del cine épico de las grandes producciones. Hay otro Heston que interpretó papeles de personajes corrientes y molientes en películas buenísimas, exquisitas para cinéfilos. Qué decir de esa terrible “Sed de mal” con el tortuoso Orson Welles, o el fatigado y decrépito vaquero de Will Penny, o aquel trampero brutal en aquella otra cuyo título olvido.
Imágenes que la memoria va perdiendo…o recobrando, ahora que los desajustes de los años nos borran lo inmediato y nos alumbran el pasado. Cualquiera sabe.
Heston se fue. Le hubiéramos dado las gracias por habernos hecho pasar horas tan estupendas contemplando sus fatigas y aventuras. Y le hubiéramos dicho que saludara cordialmente a su compañero de viaje, al gran Richard Widmarck, que también se fue, como él, camino de los Campos del Elíseo a buscar la serenidad y el descanso. Qué poquitos de aquellos clásicos van quedando por aquí; qué poquitos de aquellos actores norteamericanos que forman parte de nuestra adolescencia y que llenaron de ilusión años tan grises en la cenicienta vida provinciana española.
¡Ah! Y muy bien eso de la Asociación Nacional del Rifle, que pondrá en un grito hoy a los antiarmas que han redactado un reglamento contra armeros, deportistas del tiro y cazadores en general, que manda huevos. Los monfloritas y maricomplejines ponían su berrido en el cielo cuando veían esa imagen suya, alzando un precioso mosquete decimonónico. La democracia americana tiene más de doscientos años y estos pretenden enmendarle la plana. Ni caso. A ver quién se atreve a cambiar la Segunda Enmienda de Washington, Emerson, Adams y compañía.
Bueno, no es eso lo que andamos recordando hoy, sino a uno, o a algunos, de los grandes del cine. Los que llenaron nuestra adolescencia de aquellos sueños en la sala oscura del cinematógrafo.
Si nombramos a John Wayne a alguno se le ponen los pelos de punta. Allá penas. Fuimos con él y con Jeffrey Hunter en busca de Nathalie Wood en “The searchers” y a su lado estábamos, con Woody Strode, cuando mató a Liberty Wallace. ¿Malos actores? Más despacio. Hombre, no eran Laurence Olivier o Marlon Brando, pero ¿qué más nos da? Además, cuando los llamaron directores de primera línea por algo sería, ¿o no? ¿Le vamos a enmendar la plana ahora a Cecil B. de Mille o a John Ford?






