Ibarra y Gallardo

Ibarra quiere que el PSOE se abstenga y haga presidenta a Guardiola

EL PSOE, ENTRE LOS ESCOMBROS DE SU DERRUMBE

Redacción DEx, 23 de diciembre de 2025. 

El histórico batacazo del PSOE en Extremadura ya tiene su primera gran factura política: Miguel Ángel Gallardo ha dimitido como secretario general regional y abandona el liderazgo sin haber cumplido un año en el cargo. No se va por convicción regeneradora, ni por impulso ético. Se va porque no quedaba otra salida después de conducir al partido a su peor resultado en cuatro décadas y perder diez escaños en una comunidad que siempre había sido un granero socialista. El desplome del socialismo extremeño no es solo electoral; es estructural. Y la batalla interna que ahora se abre es tan profunda como la herida que dejaron las urnas.

Mientras Gallardo intentaba aplicar un cierre rápido, casi quirúrgico, a su ejecutoria, el expresidente Juan Carlos Rodríguez Ibarra decidió abrir un nuevo frente en el corazón del partido. Su propuesta —que el PSOE se abstenga para facilitar la investidura de María Guardiola y así evitar un gobierno PP-Vox— no es una anécdota ni una salida de tono del viejo barón. Es un misil político lanzado en el peor momento posible, justo cuando la organización está desorientada, rota y sin brújula.

El planteamiento de Ibarra desnuda la verdadera dimensión de la crisis. Para él, lo importante es detener la entrada de Vox en los gobiernos autonómicos, aunque sea a costa de entregar la presidencia extremeña al PP por la vía rápida. Pero para Ferraz, esa opción hoy no existe. No porque la estrategia nacional esté clara, sino porque implicaría tragarse el orgullo: hace apenas semanas el PSOE ofreció sus votos para aprobar los presupuestos a Guardiola. Ella rechazó ese acuerdo, prefirió jugárselo todo al adelanto electoral y ahora exigir al PSOE su abstención sería un trago demasiado amargo de justificar ante una militancia exhausta.

Extremadura está atrapada entre dos caminos, ninguno cómodo. Con 29 escaños, Guardiola no alcanza la mayoría absoluta y depende de Vox para llegar a los 33 necesarios. O hay pacto con Abascal o hay repetición electoral. Salvo, claro, que los 18 diputados socialistas hagan exactamente lo que Ibarra reclama: apartarse, callar, abstenerse y permitir la investidura por mayoría simple. La presidenta quiere gobernar sola. Vox quiere entrar al Ejecutivo. Y el PSOE —todavía en estado de shock— no quiere ni aparecer en la foto.

Mientras tanto, Gallardo, en su despedida, se limitó a decir que el PSOE es un partido plural. Una forma elegante de señalar que él ya no pinta nada en el debate interno que viene. Fue su última frase útil antes de desaparecer del foco. Su misión ahora es distinta: preparar su defensa judicial mientras se aferra al poder político suficiente —diputado, aforado, quizá senador— como para que su caso acabe en el Tribunal Supremo. Si alguien esperaba autocrítica profunda o reflexión estratégica tras la debacle, tendrá que seguir esperando.

El PSOE no solo ha perdido una elección. Ha perdido la narrativa, la iniciativa, la autoridad moral y la coherencia que durante décadas justificaron su hegemonía en Extremadura. Hoy aparece como una fuerza desnortada, que compite consigo misma y no con sus adversarios. Un partido que discute en voz alta no sobre qué proyecto ofrece, sino sobre si debe entregar el poder al PP para frenar al socio potencial del PP.

En paralelo, el terremoto extremeño ya tiene réplicas. Aragón va hacia un escenario similar, con elecciones anticipadas el 8 de febrero, encuestas adversas y un PP al alza pendiente solo de cuántos escaños aporte Vox. El mapa que deja el 21D se expande: el ciclo político está cambiando y cada territorio que acude a las urnas confirma ese movimiento.

Extremadura, la tierra que durante 36 de 42 años votó socialista, ha hablado. Y lo ha hecho sin matices. Lo que queda ahora del PSOE es una organización tambaleante, obligada a recomponerse a marchas forzadas, mientras sus viejos referentes hacen ruido y sus nuevos líderes no terminan de emerger. La gestora está al caer. Los candidatos a la sucesión se mueven en la sombra. La fractura entre las provincias ya es evidente. Y el futuro inmediato se escribirá entre silencios incómodos, reproches acumulados y decisiones estratégicas que marcarán no solo un relevo interno, sino la posible supervivencia del partido en su antiguo bastión.

La política extremeña, mientras tanto, espera a ver qué PSOE queda de entre los escombros.