LA AGENTE NAZI QUE ENSEÑABA INGLÉS EN ALMOHARÍN, POR J.A. Pérez Mateos

Lo que sería ver a doña Juanita, vestida con sus pantalones, en aquellos años de posguerra, en Almoharín. Era la primera mujer que se paseaba por sus calles y, naturalmente, no había entre el vecindario más conversación que aquella extraña mujer que, con su presencia, animaba la curiosidad de una vida monótona y aburrida, alterada por una chiquillería boquiabierta ante una estampa insólita. Además, doña Juanita, fumaba mucho mientras hablaba e impartía clases de la lengua de Shakespeare a algunos estudiantes de la localidad.

[Img #34754]En ese tiempo se contaban con los dedos de
una mano las personas que hablaran inglés. En Cáceres, que yo recuerde, la
señorita Charito – compartí casa con ella, la de los Vegas -, profesora del
Instituto “El Brocense” e hija de un alto cargo del leonés Banco Herrero. En
Cáceres, otro que hablaba inglés era un cuñado de don Eduardo Málaga, que
impartió clases en “El Brocense”.

 

 También la norteamericana, doña Juanita – Jane
Anderson -, personaje cuasi legendario. Durante la guerra civil, doña Juanita
ejercía de agente franquista en Estados Unidos y, en la Segunda Guerra Mundial,
pertenecía al servicio secreto de los nazis. El escritor norteamericano Herbert
R. Southaworth cuenta en su libro “El mito de la cruzada de Franco”, que la
citada doña Juanita “habló como locutora en las emisoras radiofónicas de
Goebbels en Berlín. Jane Anderson dio muchas conferencias en apoyo de Franco, a
veces desde la misma tribuna que monseñor Fulton Sheen, el conocido orador
católico. Escribió siempre a favor de Franco, para la prensa ultraderechista de
la cadena Hearst. Y “Goebeels, en su discurso de Nuremberg de 1937, la citó
favorablemente dos veces. Se le acusó de traición en el distrito de Columbia en
1943; la acusación fue abandonada el 27 de octubre de 1947, principalmente
porque las pruebas presentadas eran insuficientes para satisfacer las
exigencias del Tribunal Supremo. Al parecer, actualmente reside en España”.
Desconocía el historiador que doña Juanita se ocultaba, como un topo, en este
bello pueblo extremeño y vivía con un Álvarez de Cienfuegos, descendiente
almoharinense. La  vida de Jane es
novelesca. Yo quiero recordarla, recién llegado a Cáceres, hacia la década de
los años cincuenta, por el Camino Llano y alguien me hablaría de ella, mujer
que se prendería en mi retina como una modelo deslumbrante. Después he sabido
muchas cosas de ella que, Deo volente, te hablaré de ella, en otra ocasión.

 

Qué buen guión de cine para Berlanga o
Fernán Gómez, porque, a esa historia se 
unía esta otra de signo contrario, ideológicamente hablando: La de
Alfredo Mena, un muchacho de esa época y del mismo pueblo dedicado a las faenas
agrícolas. Pero he aquí que, tras este joven, se escondía una historia que
esta, sin embargo, sí la conocían sus paisanos y, por supuesto, se hablaba,
únicamente, al calor de la lumbre, cuando se vivía un tiempo de silencio.
Alfredo llevaba, espartanamente, un secreto a voces: era hijo de un maestro
republicano, Alfredo Mena, ejerciente en Almorahín, hasta verle las orejas al
lobo, en este caso, la represión emprendida contra el Magisterio Español, una
vez finalizada la guerra. Por eso, don Alfredo tomaría las de Villadiego o, lo
que es lo mismo, emigraría a Méjico. Un día, el padre  reclamaría al hijo mediante una carta a su
hermano Inocencio y, entonces, Alfredo diría adiós a su pueblo y enviaría
misivas y fotografías en las que aparecía junto a los “haigas” famosos de la
época.

 

[Img #34755]Estas son algunas de las muchas y ricas perlas
que Victorino Mayoral Cortés ha dejado para la pequeña y, sin embargo, gran
historia en un libro sobre su pueblo, escrito con el amor y paciencia de un
renacentista que ha nacido y crecido con las raíces de la nacencia, ha
respirado la atmósfera fétida de la posguerra, se haría adolescente con ella e
intentaría buscar una bocanada de aire, psicoanalizarse, en suma, de los
demonios de la posguerra, como quien busca liberarse de ese tiempo de silencio,
que diría Martín Santos, quemar los malos recuerdos con el olor de la jara y el
tomillo y, de todos modos, convertirse en amanuense, levantar acta como notario
del tiempo, de esas horas de su “patria de la infancia”, que diría Rilke,
porque el hombre, antes de todo, es ese niño que llevamos dentro y crecemos
como tal – “no olvides nunca el niño que fuiste” – y que vamos perdiendo, sin
embargo, con el caudal callado de los días y los años hasta convertimos en una
copla manriqueña y nos tallaremos con los juncos y hasta con los árboles, entre
un olor de romero entre primaveras y otoños.

 

Bien merecía Almoharín esta obra,
hermosa y fértil, porque triste el pueblo que no conoce su historia. Este
libro, pues, nace del amor de unas pacientes manos – “la paciencia es la clave
del éxito”, que decía él sabio. Del ambiente vivido, el niño que fue el autor,
ha recogido esa cosecha de la historia con sus dedos y se nos transforma en un
Proust buceador en el proceloso y amarillento mar de legajos, tras una muy
laboriosa investigación. A esa tarea unamos una escritura de muy amable y grata
compañía y, de esta suerte, este generoso testamento se convierte en dádiva a
cuantas memorias almoharinenses traten de conocer sus raíces y los hechos más
sobresalientes. Gracias a Victorino Mayoral tantos a sus paisanos como  a los amantes de la historia. De esta suerte,
conoceremos mejor Extremadura. Páginas como estas, bien merecen un testimonio
de gratitud del regidor y, por ende, de la Corporación Municipal. Gracias a
Victorino Mayoral Cortés, el pueblo de Almoharín está muy en nosotros y es
memoria recuperada; y un pueblo como el hombre es, esencialmente, memoria;
somos eso: memoria. “Los libros – decían los antiguos – tienen sus destinos” y,
el de este, bien claro está.