Me
envuelve la cuaresma. Me envuelve, y cae sobre mi espalda el manto acusador que
no logra apartar el recuerdo de aquello que escribí una Navidad, hablando de un
amigo de cuya vida supe que la tenía dando tumbos.
Me
prometí buscarle para intentar acompañarle y tomar un café para ayudarle a
abandonar aquella incierta ruta que había elegido, para ayudarle a hacer la
travesía de ese mar que todos hemos de recorrer para llegar a buen puerto.
No le
encontré. O tal vez no puse el suficiente empeño. Si aquellas fueron “Navidades tristes”, este manto que
envuelve aquel recuerdo se vuelve dolor. Dolor y remordimiento. Porque ayer me
enteré que había muerto. Alguien me lo dijo en la calle al preguntarle por él.
Porque estaba seguro que éste podría informarme de su vida. Lo conocía bien.
“¡Oh!, ha
muerto. Estaba alcoholizado”. Me pareció percibir un timbre acusador. No quiero
juzgar, pero me dio la impresión que se quedó tan a gusto. Este, al igual que
yo, habíamos compartido multitud de copas. Infinidad de charangas. Ratos
agradables alrededor de unas copas en la barra de un bar. Casi siempre era el
mismo, aunque eso es lo de menos. Todo se lo tomaba a broma. Sin darle
importancia. Su espíritu no tenía hueco para la tristeza. Al menos eso creía,
hasta que me hablaron en aquella Navidad triste. Todo podía ser escaparate.
Para que nadie supiera de sus dolores. Sus soledades.
He
sabido también que vivía solo. No sé la razón ni voy a buscarla. Su esposa e
hijos, ignoro la cantidad y sexo; le habían dado de lado. ¿Por su carácter?
¡Qué más da! Ya no tiene remedio. Lo cierto es que un día se vio en la calle y
dado su carácter presumo que nunca pensó en la importancia que aquello podría
tener. Y que se dispuso a realizar “su” travesía solo. Sin brújula.
Orientándose solo por los cantos de sirena que a su alrededor escuchaba. Como
siempre. Sin preocuparle nada.
Envuelto
en este manto, espero que el espíritu de esta Santa Cuaresma sea más
misericordiosa que yo, y envuelva con él la vida de este hermano, que yo no
supe buscar para ayudarle a navegar con esa vida en solitario a la que el
destino le empujó. Perdóname amigo y ayúdame desde el Cielo para que no vuelva
a olvidar a aquellos que lo necesiten en los momentos difíciles de su vida.
Porque estoy seguro que tu no fuiste culpable de elegir tu destino y que no te
fuiste solo, porque quienes te castigaron con su indiferencia, nunca te
expulsaron de sus corazones, como hicimos los que nos llamábamos tus amigos y
creíamos que con tomar copas juntos y reír y charlar era suficiente para soldar
una buena amistad.