Aceitunilla, protagonista de El Robu de la Albehaca
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DEX
Con el nombre de “La Aceytuna” aparece ya citada la alquería hurdana de Aceitunilla en documentos del siglo XII. Siempre fue el núcleo poblacional de mayor entidad de todo el concejo, incluso por encima de Nuñomoral, que es la cabeza del Ayuntamiento. Sus habitantes son motejados como “galiciánuh” y tienen gran fama en toda la comarca de Las Hurdes de ser unos diestros danzarines, bragados para la farra y la fiesta y conservar un riquísimo cancionero, con versiones romancísticas que ya se olvidaron en otras recónditas partes de la geografía española.
Auténticos descendientes de aquellos belicosos pastores de los que nos hablan las viejas crónicas, se disponen todos los años, desde épocas nebulosas, a celebrar la fiesta que llaman “El Robu de la Albehaca”, que, antiguamente, se extendía a lo largo de los días 14, 15 y 16 de agosto. Prácticamente, en la actualidad ha quedado reducida a la tarde-noche del día 14, pero hay gran interés en volverla a sacar de sus cenizas, pues cuenta con grandes posibilidades de que la Administración regional la declare como “Bien de Interés Cultural”. Bastantes jóvenes, tanto del pueblo como emigrantes, encabezados por el vecino Fidel Montero Martín, andan en ello.
LA ALBAHACA
La planta de la “albehaca” (en expresión jurdana) es la protagonista de esta fiesta en la que se rastrean antiguos posos y ritos dendrolátricos, de cortejo, de fertilidad y, antes más que ahora, de atestiguada sensualidad y sexualidad. Las leyes consuetudinarias ordenaban que el día 14, después de los consabidos pasacalles con tamborileros y tañendo otro sinfín de instrumentos (ritual de alejamiento de males), las mujeres deberían desaparecer de las calles y encerrarse en sus casas. Los hombres, especialmente los mozos, acudían a una cena (pan, carne y vino) en una taberna o donde se acordara.
En cuando daban las doce de la noche, los mozos se lanzaban al robo de la albahaca, cuyas matas, cuidadas a lo largo de todo el año por las mujeres, se escondían en los rincones más dispares. Había que darse maña para encontrarlas. No era extraño que las mozas defendieran tales plantas arrojando cubos de agua a los intrusos que invadían sus casas y corrales. Después de callejear y de la brega correspondiente, los mozos exhiben sus trofeos, adornándose todo el cuerpo con los ramilletes de albahaca conseguidos. La juerga sigue a lo largo de la noche, con cantos y bailes. En la madrugada, se pide por las casas el aguardiente y la “bolla” o el “matajambri”.
Años atrás, antes de crearse esa horrible y antiestética capilla o ermita de ladrillos cara vista que rompe toda la estética del pueblo de Aceitunilla, los mozos, emperejilados con los ramos de albahaca, bajaban al día siguiente hasta Nuñomoral para asistir a la misa de Nuestra Señora de la Asunción, siendo ellos los encargados de llevar a la Virgen y repicar las castañuelas a lo largo del cortejo procesional. El mozo que hubiera apañado más ramilletes de albahaca era considerado como un buen partido para las mozas y sería el que transportaría el “Ramu de San Brá” (Ramo de San Blas) en las fiestas en honor a este santo el día 3 de febrero.
NUESTRA SEÑORINA
La Fiesta continuaba el día 16, fecha dedicada a “Nuestra Señorina”. Volvían los pasacalles y las rondas, ejecutándose dos danzas muy curiosas y pastoriles que se pierden en la noche de los tiempos: la de “Baldovinuah” y la de “Lah Chivítah”, bajo el son del tamborilero, del panderetero y de las zambomberas. Por la tarde, mozos y mozas se juntaban en las eras de lanchas, donde se trillaba el centeno, y allí tenía lugar “El Retozu”, un juego con claras connotaciones sexuales y sensuales y que, en tiempos más antiguos, debió ser todo un ritual de iniciación sexual, siguiendo aquel modelo orgiástico de uniones místicas entre las arcaicas divinidades.
Últimamente, en la fiesta del “Robu de la albehaca” participan chicos y grandes, en alegre y desenfadado revoltijo, recorriendo las calles y asaltando las cuadras y las casas, en busca de la anhelada “albehaca”. Muchos hijos del pueblo, a los que la emigración los desparramó por lo ancho y lo largo de la geografía española, o incluso más lejos, acuden estos días al reencuentro de sus raíces, haciendo copartícipes a sus descendientes ya nacidos fuera del territorio jurdano de una de las fiestas más curiosas, ritualizadas y arcaicas del mundo hispánico.
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