Ahora que Ávila y otras villas como Alba de Tormes se preparan para celebrar la efemérides de la Santa, que nos sentimos andariegos, en este tiempo teresiano, que hasta el mismo general Franco llegaría a sentir por la Santa abulense, no admiración, sino un estado emocional y, hasta místico, porque, a lo largo de su vida, tras ser el vencedor de la contienda incivil, no se separaría de la reliquia, que contiene la mano izquierda de la Santa. Qué largo periplo y vicisitudes hasta que llegara hasta las manos de Franco, que este en esa – repito – cuasi “patología por su carisma”, la llevaría siempre en todos sus desplazamientos, talismán y “baraka” en sus funciones de Jefe de Estado, incapaz de desprenderse de esa mano izquierda, por más que Sor María de Cristo, monja carmelita de Ronda, no cesará en pedírsela hasta la tozudez.
Franco, pues, hallaría en la reliquia teresiana, algo mucho de adición / devoción por la Santa abulense, que, incluso, la reliquia permanecía, habitualmente, en su dormitorio. Nada más y nada menos que cuarenta años sin desprenderse del talismán de la preciada reliquia. En las largas noches en que se apagaría la última luz de El Pardo, el general se hallaría tranquilo ante el sedante de tener, a su lado, la muy preciada reliquia; y que llevaría, con tal grandeza de ánimo, que sería incapaz de rendirse ante cualquier contratiempo.
Cuarenta años, con sus noches y sus días, el talismán le acompañaría, además, en sus vacaciones, bien en el Pazo de Meirás – La Coruña -, bien en el Palacio de Ayete, junto a la playa donostiarra de la Concha. Y cuál no sería su devoción que, Franco se resistía a devolver la reliquia a las monjas de Ronda, cuya priora, Sor María de Cristo, trataría de recuperarla insistentemente, hasta que, una vez fallecido el General, el día 21 de enero de 1976, la viuda doña Carmen Polo y su hija Carmen se la entregaron a las monjas en Ronda y se la devolvían con un regalo del general: una insignia militar de oro y brillantes; y la cruz laureada de San Fernando que Franco lucía, con frecuencia, en la solapa. Que digo que fue grande la fiesta en Ronda, que hubo comitiva santa hasta la serranía y la ciudad saldría a esperar la tantas veces añorada reliquia; y que “la entrada a la Plaza de la Merced se puede considerar como una apoteosis – recuerdan las monjas -.
Ese día, como digo, fue de gran festividad en la singular belleza de esa ciudad, gallarda con su plaza de toros, “la de los toreros machos”, y la Ronda que inspiraría a Rilke bellos poemas, y la que acogería anonada el confinamiento del gran y ético poeta, Dionisio Ridruejo. Que correría por sus calles y templos el retorno de una reliquia tantas veces añorada, ciudad que convocaría a los peregrinos de un milagro. No, no es el Brazo incorrupto de Santa Teresa como suele decir el vulgo; es su mano izquierda, talismán de quienes buscan, en la Santa abulense, un milagro, especialmente, las mujeres estériles que, en sus preces, el sueñan con traer hijos al mundo.
Allí está la mano izquierda de la Santa abulense, todos los días, a la hora de misa, en una hornacina a los pies de la Virgen y, el resto del día, en una capilla. Y las monjas, tan felices con sus plegarias y testigos de hechos milagrosos, especialmente de las mujeres estériles. Recuerdan, por ejemplo, al matrimonio de Granada, la mujer embarazada y los médicos que le dirían que perdería a la criatura. Pasado un tiempo, la pareja se presentaba con un niño.
Peregrinos de todo el mundo buscan en Ronda el milagro de la Santa; hasta una sobrina de Sor María de la Paz sentiría la fertilidad de tres hijos, ante los equivocados pronósticos de los médicos.
Aquel Ronda zarandeado por el odio incivil, y la Mano Santa revestida por un guante de plata con dedos engalanados por piedras preciosas y semipreciosas, requisadas al convento por milicianos de la CNT; y encontradas por una brigada de falangistas en un cuartel malagueño de Guardias de Asalto y, tras diversas vicisitudes, llegarían al Palacio Episcopal de Salamanca, donde Franco recibiría esa Mano Santa, que le ayudaría a que su pulso no le temblara, a sentirse, en suma, un César visionario. Todo resultaría muy milagroso. De Salamanca, la Santa Mano sería llevada al Castillo de Viñuelas y, posteriormente, al Pardo, itinerario realizado en el más absoluto secreto. Todo un gran libro ha dedicado a “La mano de Santa Teresa” el ilustre rondeño Gonzalo Huesa Lope.
No es de extrañar que Santa Teresa fuera la monja más andariega. Sus restos pululan por varios conventos. Creo que, en Alba de Tormes, está su corazón y su mano derecha y, hasta algunos de sus miembros, llegarían a Estados Unidos y “la entrada”, ante la Aduana, sería digna de una obra de Ionesco.
Qué tiempos más teresianos nos esperan y que momentos tan gratos para bucear en los pasos y en las lecturas de esta Santa Andariega. “En tiempos de turbación no ha mudanza”, decía San Ignacio. Ahora estaremos más cerca de Santa Teresa y es momento de leerla. Y merece muy mucho acercarnos a sus Moradas.