PONS PRADES: LIBERADOR DE PARIS

[Img #41741]Un curioso personaje llegaría al pueblo cacereño de Villanueva de la Sierra una tarde noche del mes de marzo del año 1946. Dado los avatares de la época, y del personaje que se trataba, sus tíos Carlos y Gregoria, ya fallecidos, lo esperarían con las preocupaciones propias de un ser “muy peligroso”, máxime cuando su tío era funcionario importante de la Casa Consistorial del pueblo donde nació la “fiesta del árbol”. Eduardo Pons Prades venía de Valencia y, tras su búsqueda, una brigadilla de la Político – Social de Barcelona. Hechos bajo la luna de esos tiempo. Un tío político de Eduardo se había entrevistado con un zapatero de Plasencia, pariente del “Médico”, singular “maquis” de Sierra de Gata. A lomos de caballería, Eduardo llegaría a la casa de sus parientes, en Villanueva de la Sierra, bajo la tenue luz de unas bombillas, en la época eléctrica de la “Cervigona”.

 

En la casa de sus deudos, Eduardo les contó lo que le sucedía. Tras escucharlo, su tío Carlos le aconsejó que fuera prudente y que, mientras estuviera en su casa, no correría ningún riesgo. Eduardo seguiría, al pie de la letra, los consejos. Pero, a los pocos días, llegaban a la villa antiguerrilleros de la Guardia Civil. En las montañas de Sierra de Gata, había levantado su campamento, el grupo placentino del “Médico”. Sin embargo, el más agresivo sería “El Francés” y su gente. Tras él, se escondía un cordobés, de Hinojosa del Duque, Pedro Díaz Monje, que se había evadido de una cárcel franquista y, en el verano de 1944, había hecho de esos lares su lucha, hasta que el día 31 de julio de 1946, caería muerto en una refriega, en la Vera, concretamente en Jarandilla, población por la que no solían merodear el “maquis”, dado que no tenían “infraestructura” en las gentes del pueblo.

 

Sin embargo, no ocurría lo mismo en Villanueva de la Sierra y pueblos aledaños, cobijados por gente amiga del “maquis”. Para que una acción fuese positiva, el “maquis” tendría que contar con cinco o seis paisanos. En el granadino pueblo de Salar, por ejemplo, diez mozos del remplazo de 1947 preferirían irse con el “maquis” antes de hacer la “mili” franquista. O en el palentino pueblo de Barruelo de Santullán, la tía Tomasa albergaría en su casa a seis guerrilleros un buena convivencia con la madre y tres hijas. Hasta irían a Cervera de Pisuerga a comprar tabaco y nadie sospecharía lo más mínimo.

 

A los pagos de Villanueva de la Sierra, llegaría el guerrillero el “Médico” en varias ocasiones. El tío Carlos se había “tropezado”, varias veces, con el guerrillero y, en la paridera de Don Elías Durán, en los aledaños de Villanueva, con una caballería cargada de estiércol se entrevistaba Pons Prades  y su tío Casimiro con el “Francés”.

 

Todo esto ocurría en esa “España del Miedo”, a la que yo he dedicado un libro, tras una investigación exhausto, oral y escrita – por los protagonistas -, cuando por el espíritu de mi infancia trepaba el miedo del “sacamantecas” y el “maquis”. Quién iba a decirme, cuando el “maquis” anidaba en nuestra memoria, envuelto en una piel de escalofrío, tan cerca del misterio helado de la luna, que yo sería amigo de Eduardo.

 

Sí, por allí, andaba Eduardo Pons Prades, casado con una hermana del tío Carlos, de Villanueva de la Sierra. Tras su viudedad, viviría con la experta en Lorca, Antonina Rodrigo. Pons Prades desfilaría, con el sueño de la libertad, por los Campos Elíseos. Traté mucho a Eduardo, luchador de una vida no baldía, digna,  que, como escribe nuestro editor Rafael Borrás, “confiaba que algún día lo seríamos todos los humanos, de arrancar los frutos maravillosos de los maravillosos árboles que pueblan el maravilloso Jardín de las Hespérides”.