NO HAY TIEMPO PARA PENSAR

Nos llamaba la atención, de jóvenes, cómo nuestros abuelos eran capaces de recordar los santos, cumpleaños de todos sus hijos y hasta nietos, e incluían en esa memoria, que nos parecía prodigiosa, fechas de defunciones, o de ciertos acontecimientos con todo lujo de detalles. Y nos parecía imposible, ya que nosotros somos incapaces hasta de recordar qué hemos comido hoy. Pero es que en la actualidad, en un solo día, accedemos a más datos que lo hacían ellos en todo el año, por lo que estos acontecimientos, permanecían durante toda su vida, en su mente, transmitidos, luego, generacionalmente, por vía oral. Ahora, vivimos en una sociedad de impactos, no hay tiempo para sedimentar lo que nos llega, para tener una serena y pausada consideración y análisis, por lo que los mensajes que damos y recibimos, han de ser cortos y llamativos. El éxito de una cosa tan absurda como twitter, se basa en el fogonazo, de unas pocas palabras, no en el desarrollo  de una idea. Hoy es difícil que nadie mantenga su atención sobre algo que se expone, por más de quince minutos, no se está acostumbrado y esto nos produce cansancio mental, ni retenerlo, ya que su lugar será sustituido inmediatamente por otro.

 

Si esto lo aplicamos a nuestra vida diaria. Nos encontramos tras las campañas electorales, cómo a varios partidos se les llenaba la boca de promesas y de proposiciones, enviadas a ciertas capas de la sociedad, que lo admiten como un avance, cuando en realidad es un atraso. Algunos, sobre todo los que se dicen de izquierdas, se autodefinen “progresistas”, ¿pero de verdad hacen progresar a la sociedad, o son como todo el mundo? Una de estas proposiciones “progresistas” (¿) propone  suprimir la educación concertada, con el argumento de que es clasista y aleccionadora. Nada más contrario a la realidad. Cierto es, que la Iglesia Católica es la que más centros concertados  tiene, quizás, porque ciertas congregaciones se preocuparon desde hace siglos, en conseguir educación para aquellos niños abandonados por todos y que deambulaban por las calles. Pero tras esas ideas,  de hacer desaparecer la educación concertada, no subyace un deseo de igualdad social, sino un ataque a una de las instituciones más prestigiosas de la Iglesia. Porque se veta la diversidad (no sólo la Iglesia tiene centros concertados) y la igualdad, y se encarece mucho más la enseñanza, sin que por ello se consiga una mayor  calidad. ¿Por qué los padres se apresuran  a inscribir  a sus hijos en colegios concertados como primera opción? Porque todo el mundo desea lo mejor para ellos, aspecto que no deja en muy buen lugar a la pública. (Se admiten críticas, pero «contra facta non valent argumenta» que dice el aforismo latino, “contra los hechos, no valen los argumentos”). Pero lo que conseguirían, es precisamente, lo contrario, una educación clasista, los que tienen dinero podrán pagarse una educación privada, esa misma a la que hoy acceden los hijos de los obreros y de los parados de modo preferente. Entonces, estos mismos se quejarán de la desigualdad entre la educación entre ricos y pobres,  y tendrán razón. Las grandes revoluciones comunistas, siempre, se han servido de las desigualdades, como palanca para establecerse en la sociedad, pero nunca las han solucionado.

 

Recuerden, los que tienen unos años, y no les ha comenzado a hacer estragos el Alzhéimer, cómo, durante la Transición, algunos dejaron de lado las Universidades Laborales, porque consideraron que la formación profesional era discriminatoria,  porque establecía  una separación de  clases sociales, la del obrero manual frente al supuestamente intelectual de la Universidad Clásica. Y estas últimas crecieron como setas en otoño lluvioso, mientras que las otras languidecieron, y yo hasta afirmaría que incluso, se cerraron algunas. Hasta ahora, cuando ya se ha pasado el complejo y la tontuna y que algunos parecen haber descubierto, nuevamente, la Formación Profesional.

 

Espero, que no cometan los mismos errores todos estos anticatólicos mas movidos por sus complejos, y neuras,  que por el bien común y la libertad de ideas, y que la sociedad, cegada por el fogonazo de la aparente “injusticia”,  piense, y no caiga en la trampa de cerrar aquellos colegios en los que  algunos de los que lo preconizan, estudiaron y… les obligaron a hacerlo,  o en los que siempre quisieron hacerlo, pero por desgracia, no había más plazas, y no lo han asumido,  ni  lo perdonan. Es lo que tienen los fogonazos ideológicos, tras ellos no hay nada más que humo, pero a veces hieren la retina por el deslumbramiento, y no dejan ver el camino correcto.