VAMOS HACIA UN NUEVO MODELO

Cuando los roles sociales eran muy estrictos, todo era relativamente simple y se dividía
entre lo bien y lo mal hecho a juicio de quienes creían en ellos y rigurosamente los
observaban. Por ejemplo, las mujeres no debían entrar en los bares solas, por ejemplo se
llevaba vestir de negro riguroso en el fallecimiento de un familiar, por ejemplo, los
hombres no podían llorar…por ejemplo,…pongan aquí ustedes lo que quieran. Fíjense que
estoy hablando de cuestiones relativamente formales y reservo, aposta, otras mucho más
de esencia, que también las había.

Así se construyó un ordenamiento de la sociedad, a veces por escrito, a veces de forma
críptica, que cumplía una labor de control de las conductas individuales y colectivas,
consideradas entonces «normales». Evidentemente, hubo quien no se avino a esta
uniformidad, pero aquellos y aquellas que se atrevieron a «ir contracorriente» sufrieron en
sus carnes el descrédito sin compasión de sus semejantes y salvo que tuvieran una
posición desahogada o de élite, incluso el ostracismo y la muerte civil. El lenguaje está
lleno de palabras definitorias para estos casos y la historia llena de ejemplos. Y así fue y a
algunos aún nos pilló por el camino. Luego todo, poco a poco, ha ido cambiando: nada es
tan riguroso, las relaciones se han vuelto igualitarias, la educación se realiza para
hombres y mujeres y los prototipos anteriores han quedado reservados a lugares
extremos con menores influencias externas.

¿Por qué hablo de ello? porque es complicado entender ciertos asuntos sin perspectiva o
con ella incompleta. La libertad es hoy un bien preciado que pocos ponen en su justo
valor, de tan común y corriente como se la considera. Y porque, también desde este
planteamiento, las elecciones del próximo día 26 tendrán una singular importancia en sí
mismas y en la complejidad de gestión de las votaciones que hagamos los votantes.
Resulta claro que el sistema democrático español necesita refuerzos y retroalimentación.
Lleva tiempo «funcionando» de una determinada manera. Afortunadamente. Del
diagnóstico hecho con los resultados, del movimiento de los votos y de la actuación
posterior de las fuerzas políticas en juego, llegarán, con menor o mayor rapidez, unos
comportamientos distintos a los, hasta ahora, habituales. La semejanza con Italia cada
vez es mayor, el descrédito de la política, también. El ciudadano va a tener que
acostumbrarse a no depender tanto de ella, los políticos a no sentirse el centro del
universo, los medios de comunicación a buscar otros focos, a dejarla «reposar» un tanto…
Las organizaciones clásicas deberán reorganizarse de otros modos, mucho más
vertebradas y permeables con la sociedad so pena de aparecer, no tardando mucho,
como totalmente irrelevantes. En su lugar surgirán, o tomarán mayor brío, grupos
transversales en pos de proyectos concretos con objetivos claramente pensados,
(pónganle ustedes el nombre que quieran), internacionalizados en ocasiones, locales en
otras. Lo digital ayudará, en esta dirección. Estamos en el siglo XXI y la intervención del
Estado, de tantos Estados cómo ahora existen, tendrá que disminuir y la iniciativa
ciudadana crecer, no hay otra.