TODOS A LA ESCUELA!

Amigos, he de confesarles algo terriblemente pecaminoso: no me gusta la política que
ahora se estila, me he perdido.

A muchos con la que me relaciono les ocurre lo mismo. Que nos hemos quedado sin
referencias. O quizá es que hemos madurado de golpe, vaya usted a saber. Que crecimos
y la ropa ya no nos entra. Por adultos.

¡Pero qué barbaridad, no me digan que no!, ahora que la política se ha convertido en un
asunto que reclama la atención mediática y los políticos son todos estrellas de cine…pero
qué nos pasa?

¡Que nos aburrimos! si, si, así cómo lo oyen. Vaya un aburrimiento, todos cortados por el
mismo patrón, todos queriendo ganar las audiencias y caer bien al periodista de culto,
todos lanzando el mensaje moderado, para luego por detrás buscar los flancos débiles del
adversario, convertido casi en enemigo al que hay que hacer desaparecer como sea.
Acabo de escuchar a unos de los muchos comentaristas que en el mundo son, pontificar
sobre algo que para la gente corriente no tiene vueltas ni recovecos: si nadie llama la
atención, para qué cambiar; si la situación es insegura, búsqueda del abrigo de quienes
representan la estabilidad; si se ha sufrido un repliegue a otros tiempos en derechos y
«hierbas» diversas, el voto vuelve a esa época y no ofende al que cree poderoso… ¡Pues
claro!

Y el resto? Pues el resto se queda en casa. Porque miren ustedes, a las personas le pasa
lo que a las flores que no basta con regarlas a mogollón unos cuantos días al año,
preferentemente en campaña electoral, sino que hay que hacerlo con finura y de manera
cotidiana. Con atención y donaire, no vaciando simplemente la regadera.

Porque además, calibren ustedes, dicen los representantes de los partidos unas cosas
que me hacen pensar. Como desde el primer momento en el que se convocan los
comicios comienzan sus elucubraciones sobre posibles pactos con otras fuerzas políticas,
y como el abanico es el qué es, pues tenemos lo que tenemos: derecha, izquierda,
moderados, independentistas, nacionalistas, etc…aunque los disfracen de frutitas.

Y sucede que a preguntas de hábiles periodistas empiezan las quinielas. Y oigan, van los
políticos y las contestan. Y lo hacen dentro del grupo en el que ellos están. Así que el
votante, que quiere votar, no sabe si votando a tal o cual fuerza política no estará,
asimismo, ayudando a que tal otra suba al mismísimo cielo, en función de unos acuerdos
postelectorales que aún no se sabe que caminos han de seguir. Un lío, lo que se dice un
verdadero lío.

Porque esa es otra, que todos quieren ser presidentes de gobierno, aunque los de la base
no sepamos para qué. Y fíjense, en este estado de cosas, los números matemáticos ya no
tienen valor en sí mismos, porque se venden en función de las expectativas que se crean
(lo he oído decir muy seriamente): que creían que se iban al pozo y no se han ido, pues
se comenta que los resultados son buenos; que se daban por ganadores absolutos y no
han ganado, pues se entra en depresión postparto con la ayuda encomiable de amigos y
camaradas.

¡Jesús! Estoy por pedir que vuelvan todos a la escuela, a ver si acaso…