Ya sé que siempre me esperas, que gozas mis horas como si fueras – tú sí lo eres – parte del tiempo, celebras / celebráis este mensual reinado – “agosto, augusto y lento”-, cuando se duermen las estrellas y, en ocasiones, la luna / luna / lunera duerme en la mandolina de la noche, con el canto lírico de Lorca, ay, qué pena, en la locura de las sombras, o me miras como “Perito en lunas” – Miguel Hernández –, quizás duermas envuelto en luz de plata, y yo, sin embargo, no dejo de mirar tu luna clara, mirada envuelta en esa luz tan tuya, sin embargo, tan mía, tan de plata, mágica, esculpida y mágica de moneda, de plomo y cielo, misteriosa aquelarre, luna de agosto, cuando mi calle es mi calle, que no es una calle cualquiera, que ando entre el resplandor de tu cielo y la sombra de mi tierra, espero la madrugada, cuando canta el gallo o se despereza la tierra con el alba, kikiriki del gallo de madrugada, que siento un fresco celeste… y, lentamente, se ilumina con tu luz y tu calor la mañana, silban los vencejos, quizás anuncien la madrugada, misterio, capa del alba o el orfeón de jilgueros y de oropéndolas, niño, que me siento niño de alboradas, como en días de bodas; que la tierra canta, canta, canta, lentamente, entre trigos y cigarras; y hasta el sol viene, ¿manso y humilde?, abriéndose paso entre las luces del alba.
Sol de mañana, cuando me llamas, con tus deditos de oro o tus nuditos de plata – esa es la luna -, lentamente, adiós a la noche, y saludo, en la madrugada, el alba. Entonces, el mundo empieza a ser mundo, mañanas y tardes, platero andará, vete a saber por qué senderos, o en qué huerto…, las oropéndolas se divierten, quizás, con sus alas bajo el cielo, el prado y la era ya estarán despiertos, aunque la pradera duerme, y el olivar estire sus ramas.
Dónde has descansado, luna lunera, parpadeo de noche, misterio, que te velo, cuando el mundo duerme, duerme, duerme, bajo una luna llena y tú, chiquitín, tratas, inútilmente, de desvelar el misterio. Este agosto / ya no es aquel agosto mío, / al rayar el alba / que la noche era plata y los vencejos, con sus alas, tocaban el arpa, y alegrarían este – mi – cuerpo, este tallo.
Quizás agosto fuera eso o algo más; el cielo tachonado de estrellas, el que ha sido y fue, cuando las Eras eran haces de mies, trigo, cebada y centeno, la trilla tirada por los plateros. La parva o la era, qué más da, el cielo lleno de estrellas, el monótono y cansino pasos de las bestias, calor / olor candeal / cereal, redondel de la parva, la trilla, qué olor, qué calor, el rito agrario, Las Eras, mis Eras, sueños, plateros, el trigo, la cebada, la avena, qué lejana pena, no, no llores la ausencia, el redondel dorado, plateros cansados, tu platero, Juan Ramón, miraría, oía las olas del mar, que yo sé bien lo qué es Moguer, que huelo el mar, escucho las olas. Qué lejos Juan Ramón Jiménez. Agosto sería, quizás, este solar de las Eras, ya quisiera yo soñar…, soñar, soñar y dormirme con las olas del mar.
Cuando cito a Juan Ramón, recuerdo a JJBB, en su solar horaciano de Garrovillas.