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Hago balance de la temporada y quitando las jornadas “folclórico-festivas” de invitación en cotos “reforzados”, los resultados no pueden ser más concluyentes: el mejor día en mi coto “serio”, tres perdices. Dejo el pelo aparte, sin menospreciarlo por supuesto, benditos conejos y liebres…sin ellos la caza solitaria al salto no sería la misma

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Mañana
es el último día de caza de la temporada…

Los
recuerdos de las jornadas pasadas se agolpan en mi cabeza. Los
primeros domingos llenos de emoción, en los que levantar varios
bandos te llenaba de alegría contrastan con los siguientes, mediada
ya la temporada, donde la cruda realidad se traducía en escasez…
Por desgracia en la mayoría de cotos donde la perdiz sigue siendo
pura y salvaje, su descenso es imparable.

Hago
balance de la temporada y quitando las jornadas “folclórico-festivas”
de invitación en cotos “reforzados”, los resultados no pueden
ser más concluyentes: el mejor día en mi coto “serio”, tres
perdices. Dejo el pelo aparte, sin menospreciarlo por supuesto,
benditos conejos y liebres…sin ellos la caza solitaria al salto no
sería la misma.

Una,
dos “perdigochas”, bolo…tan exiguas perchas que a más de uno
le servirían de excusa para olvidar los madrugones, las broncas con
la esposa, el disfrutar de los hijos, la cada vez más cara gasolina,
el cansancio acumulado de una semana de trabajo, etc. para otros
descerebrados siguen siendo la esencia de la verdadera caza sin
trampas ni cartón.

El
Domingo por la mañana como casi siempre, camino del cazadero, me
asaltan las dudas sobre donde comenzar. Los cerros siempre tienen el
atractivo de poder tirar algún conejo, pero a estas alturas de la
temporada toparse con una perdiz en las secas esparteras es casi
milagroso.

En
las viñas peladas de la parte baja del coto, llegar a tener una
“patirroja” a tiro es misión imposible. Por mucho que las
andes, siempre mantienen las distancias o se levantan 200 metros por
delante. Tropezarte con alguna es más una cuestión de suerte que
otra cosa…

La
zona de la emisora me tienta…Con suerte, ya solo estará transitada
por los galgueros y lo mismo alguna perdiz se levanta en los
alrededores del cercado de la estación de radio de onda corta (un
“enclave” privado de varias hectáreas que con el paso del tiempo
se ha convertido en refugio de perdices y sobre todo de conejos).

Llegando
al pueblo, giro a la derecha sin pensármelo más, ¡A la emisora ¡

Como
suponía, el grueso de la sociedad cazadora está ya en otras
labores. Muchos en la cama, otros en la aceituna y los más, en los
cerros tras los conejos.

Diviso
a los lejos a varios galgueros y muy por delante de ellos unos
puntitos negros que corren en dirección a una viña abandonada… ¡a
por ellas ¡

Tosca,
sabe que hoy toca “trabajar”. Es increíble hasta qué punto
saben los buenos perros adaptarse a las diferentes circunstancias. Lo
malo es que en estas situaciones (coto de pueblo, puro y duro) se
alarga mucho con el peligro de levantar la caza fuera de tiro. Es lo
que tiene cazar con una podenca andaluza.

Llegando
al último punto donde dejé de ver el bandito, la perra colea
nerviosa ante el sutil rastro dejado por las perdices. Las
emanaciones la llevan hasta el final de la viña, pero nada.

Ante
mí, un inmenso mar de viñas perfectamente podadas me indica lo
complicado que va a ser no ya cazar sino ver caza.

Una
tierra sin labrar a poco más de 500 metros, (mi amigo “Grabiel”
las llama “iriales”) me anima a recorrer el trecho que nos
separa. La poca vegetación, debido a un nefasto año de lluvias,
parece un verdadero oasis comparado con la tierra pelada de las viñas
y los sembrados de los alrededores, otros años ya verdes con la
sementera asentada…

Tosca
rabea con el hocico pegado al suelo y a unos veinte metros se arranca
una liebre que parece su hermana por el tamaño. Lo siento por la
perra, estamos en zona galguera y no se pueden disparar. La carrera
se interrumpe cuando la podenca pierde de vista a la rabona y se
digna a escuchar mis insistentes silbidos.

Cabizbaja
me mira sin saber muy bien porque no he disparado…

A
los pocos minutos vuelve a ser podenca sin parar un segundo de mirar
y olisquear por todas partes.

Casi
en mitad del “Irial” el arranque poderoso de una perdiz me
sorprende haciéndome marrar el primer tiro de mi paralela del 20,
apunto con cuidado y descuelgo de ala al pájaro con el segundo a más
de 30 metros. Estoy tranquilo: la perra lo ha visto todo y corre en
la buena dirección.

Tosca
persigue a su bravo oponente que apeona y zigzaguea con una fuerza y
velocidad impresionantes. Sin la ayuda de un perro, estas perdices
te pueden pegar una paliza de varios cientos de metros corriendo tras
ellas o incluso perderse sin ser jamás cobradas.

Estoy
absorto mirando la escena y sé que la suerte está echada. A unos
200 metros, la perra se hace con la perdiz y me la trae, no sin antes
rodearme tres veces antes de soltar su preciado trofeo.

La
perdiz es un machazo de grandes espolones. Tres o cuatro años no se
los quita nadie. No puedo dejar de maravillarme ante su plumaje, su
pico rojo, su compacta silueta… Se trata, sin duda alguna, de una
de las aves más bellas del monte mediterráneo y de todo el planeta.

Me
alegra saber que a buen seguro ha transmitido su asombrosa genética
a muchos descendientes y que con la sabiduría que otorga la
experiencia del tiempo, vivía solitario en mitad de una tierra
abandonada rodeada de extensas e inabarcables viñas, huyendo de
todos los peligros…Quien le iba a decir que un cazador que ya va
peinando canas se asomaría por su territorio el último día de la
temporada…

Como
si se tratará de un corzo de 200 puntos, le hago una foto con el
móvil para inmortalizar el momento.

Ya
han pasado 4 horas y las rodillas empiezan a flaquear, es hora de
recogerse.

De
camino hacia el coche, observo la Perdiz en el colgadero… una
sensación de cierta nostalgia pero sobre todo de libertad invade mi
espíritu.

APM


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