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11-M: EL NUMERÓNIMO NUNCA OLVIDADO

OPINIÓN
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Olvidaremos
otros al paso de los años, pero jamás aquel. La palabra que
contiene números, pero que subsume mucho más que números: 191
muertos y 1.858 heridos, incurables algunos para siempre. Los
atentados del 11 de marzo de 2004 sobre cuatro trenes de cercanías
de Madrid, en hora punta de la mañana, con diez explosiones casi
simultáneas, fue el segundo atentado mayor de Europa, tras el de
Lockerbie (Escocia) el 21-12-1988 (con 259 muertos más 11 vecinos de
la ciudad), llevado a cabo por terroristas yihadistas. Iban camino
de su trabajo, al que nunca llegaron.


Hubiere
otros numerónimos para el recuerdo: el 11-S, los atentados contra
las torres gemelas de Nueva York, del 11 de septiembre de 2001, que
causaron 2.973 muertos, 600 heridos y 24 desaparecidos; el 12-4, el
primer atentado yihadista en España, cometido el 12 de abril de 1985
en el restaurante «El Descanso» de Madrid, en el que hubo
18 muertos y 82 heridos; y el 7-S (7 de julio de 2005, en Londres),
que ocasionó 56 muertos y 700 heridos.


Los
atentados unieron a España y dividieron a los españoles; la muerte
que nos conmueve, que nos une y que, también, nos separa. Nueve años
después, las asociaciones de víctimas del terrorismo recuerdan,
divididas, la triste efemérides, el numerónimo que nunca
olvidaremos, unos más que otros, como si la autoría de los
atentados también nos separare; como si las sentencias sobre los
sucesos -la 5/2007 (sumario 20/04), de la Audiencia Nacional,
impugnada por el ministerio fiscal, dos asociaciones de víctimas y
particulares, y revisadas por sentencia 503/2008, del Tribunal
Supremo-, y las comisiones de investigación sucesivas: la del fiscal
general del 2 de marzo del pasado año, y la parlamentaria, de 6 de
julio de 2004 a abril de 2005, que concluyó que «el gobierno de
Aznar no previno de forma adecuada la amenaza del terrorismo
islamista radical y tergiversó los datos de la autoría del atentado
en los días posteriores, insistiendo en hablar de ETA cuando la
investigación policial se alejaba de esa hipótesis», lograren
hacernos olvidar que «el terrorismo es todo igual», como
dijere un ministro del Gobierno, sin que sus filiaciones y objetivos
condujeren a hacernos olvidar que las vidas sacrificadas, o heridas
para siempre, no hallarán más vida que la memoria, o más apósito
para su dolor que la unidad de todos frente a él, la solidaridad que
nos unió en su día y que nunca debemos perder con las víctimas y
sus familias.


La
literatura, el cine y la música dejaron grabados para la memoria el
impacto social de los atentados del 11-M: «La piedra en el
corazón», de Luis Mateo Díez (2007); «El mapa de la vida»
(2009), de Adolfo García Ortega; «La vida antes de marzo»
(2009), de Manuel Gutiérrez Aragón; y las obras musicales «Da
pacem Domine» (Danos la paz, Señor), de Arwo Pärt; «Stabat
mater» (Estaba la madre), de Pilar Jurado; «Ecos», de
Luz Casal; «La mirada de María», de Frank Pereda, o «Tu
costado sigue abierto», de La Oreja de Van Gogh, se han sumado
en años sucesivos como homenajes de la cultura a reivindicar la
memoria del numerónimo nunca olvidado.


Quienes
llegamos a nuestro trabajo aquel día, mientras oíamos por la radio
las noticias que conmovían nuestro espíritu, no podemos olvidar a
las víctimas y las heridas aún abiertas. Flores para ellos que
refresquen la memoria; oraciones en el bosque de los ausentes que se
eleven al cielo con sus nombres en nuestros corazones; unidad de
todos frente al terrorismo sea cual fuera su nombre y procedencia…



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