Hay una pregunta para la que no encuentro respuesta, una
pregunta que martillea mi mente desde que allá por mis nueve años me obligaron
a hacer la Primera Comunión dentro de un vestido que no era, ni de lejos, el
adecuado para la ocasión. La pregunta es ¿por qué la cultura no puede combatir
nuestro deseo animal de status social?
Todas las personas que admiro por su grandeza moral han
abrazado la pobreza como un modo de crecimiento personal y de justicia social.
Una entre muchas es Simone Weil, un ejemplo de austeridad y empatia, y con ella
he aprendido que “sólo el equilibrio aniquila la fuerza” o que “cuando tengo
dinero en mis manos, nunca tengo la impresión de que ese dinero sea mío… me
gustaría que el dinero fuera como el agua y corriera allá donde hace falta.” sin
embargo, pese a su ejemplo y el de otros muchos, la pobreza continua siendo
algo que nos avergüenza.
Pero ¿qué es ser pobre y por qué es tan vergonzoso?
Según el diccionario de la RAE, pobreza es:
· Cualidad de pobre.
· f. Falta,
escasez.
· f. Dejación
voluntaria de todo lo que se posee, y de todo lo que el amor propio puede
juzgar necesario, de la cual hacen voto público los religiosos el día de su
profesión.
· f. Escaso
haber de la gente pobre.
· f. Falta
de magnanimidad, de gallardía, de nobleza del ánimo.
De modo que tenemos dos vertientes, pobre es quien no
puede cubrir sus necesidades básicas y pobre es también quien carece de la
grandeza moral para compartir. Sin embargo es la primera de estas dos
acepciones la que nos avergüenza, y ser egoístas y atesorar bienes nos parece
respetable, y deseable. Si la pobreza es la privación de comida, ropa,
alojamiento y agua potable podemos estar seguros de que su existencia no es
producto del deseo expreso de quien la padece; si la pobreza es falta de
generosidad y empatía, atesorar bienes materiales más allá de lo razonablemente
necesario podemos estar seguros de que ello se fomenta por el aplauso de la
mayoría. Quien carece de lo mínimo material pierde también el respeto de su
comunidad social, por el contrario quien carece de generosidad y sentido de la
justicia, recibe más honores y sonrisas serviles. Qué cerca estamos de los
chimpancés. Nuestro sistema jerárquico nos impele a la desigualdad.
Unimos nuestra dignidad de persona, algo con lo que nacemos y que nunca podemos
perder, a nuestra capacidad de comer en restaurantes, viajar o comprar ¿no es
eso un insulto a nuestra racionalidad?
Estamos en crisis, casi seis millones de parados en
nuestro país, y sin embargo… ¿Como es posible que estemos en “modo crisis”
cuando el 1% de la población mundial ha incrementado su fortuna en un 60% en
los últimos 20 años? Según el último informe de Oxfam las cien personas más
ricas del mundo han incrementado su capital en 240.000 millones de dolares de
ingreso neto (sin contar sus propiedades) con ese dinero podríamos acabar con
la pobreza extrema ¡cuatro (4) veces!
Está claro que el problema somos y no somos nosotros los
pobres, los carentes de recursos materiales, los endeudados con los bancos, con
la familia o con los vecinos. El problema es que todos, o casi todos, queremos
ser ricos, pues creemos cierta esa broma de Woody Allen: “El dinero no da la
felicidad, pero produce una sensación tan parecida que sólo un auténtico
especialista podría reconocer la diferencia.” Un sarcasmo que ni el mismo cree
o no hubiera rodado “Alice” (1990), por poner un ejemplo.
Siempre he pensado que si la mayor parte de la población
del mundo es pobre, ya que más de mil millones de personas viven con menos de
un dólar diario, ser pobre es lo normal, y ser “normal” nos gusta por lo
general. Tendemos a vestirnos igual, comer igual y tener las mismas tradiciones
para sentirnos seguros, entonces ser pobre debe ser un factor más de cohesión
social, y no una vergüenza. Pero la realidad es que ser pobre es vivir en un
estado de violencia y depresión. Las personas con menos dinero, son también
personas con menos cultura y con más angustia ante el futuro. Si naces en un
entorno de pobreza es más probable que no puedas disfrutar de la gama cromática
de una puesta de sol, encontrar placer escuchando el silencio, o extasiarte
ante una ecuación que resumen el movimiento de los planetas ¿y acaso esas cosas
cuestan dinero?
La pobreza es una realidad y una idea, a ambas he
dedicado horas de reflexión y de lectura, y solo alcanzo a explicarme su
alcance si considero que aún somos mucho más primates de lo que queremos
reconocer.
Supongo que esta idea del lider de la manada (no puedo
evitar verlos peludos), verse a sí mismos como el macho alfa (casi todos son
hombres), no les agradaría a los cien hombres más ricos del mundo, que siempre
aprovechan para justificarse diciendo que ellos generan empleo, o incluso que
con sus entidades benéficas ya están colaborando a la erradicación de la
pobreza. Supongo que siempre encontramos justificaciones suficientes para
nuestras malas acciones. ¿Qué podría decirles yo? ¿Qué les diría si me
quisieran escuchar? A fin de cuentas yo no puedo ser alguien significativo para
ellos, no soy más que una ignorante que no ha triunfado en la vida, que no ha
tenido que renunciar a nada por que no tenia nada previamente. Entonces quizás
deba usar las palabras de personas que habiendo podido “triunfar” prefieren “amar”;
estos días los católicos tienen un nuevo líder espiritual, y ha elegido el
nombre de un pobre por opción, Francesco, que entre otras muchas cosas dijo:
Recuerda que cuando
abandones esta tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido,
sólo lo que has dado.
Querido amigo Carlos Slim, o Bill Gates, o Warren
Buffett, o Bernard Arnault, o Amancio Ortega, o Lawrence Ellison, o Eike
Batista, o Stefan Persson, o Li Ka-shing, o Karl Albrecht, o…: esto va para
ustedes.
Y a ustedes, compañeros de
pobreza y endeudamiento ¿qué les puedo decir? Seguramente no van a leer estas
lineas por que leer y pensar sobre lo que no entendemos, es aburrido… pero
por si lo hicieran. Por favor, no se avergüencen de ser pobres en lo material,
no se suiciden por las deudas, guarden sus vidas para compartirlas con todos,
aprendan de Cervantes.