Ante el ordenador me pregunto qué y cómo ha de ser mi participación en la mesa interactiva que Redes Cristianas ha organizado convocando a líderes políticos y sociales, a la vez que a mí, que voy a estar como miembro del Departamento de Doctrina Social de la Iglesia en la diócesis de Mérida-Badajoz. Se trata de una mesa del pueblo y en medio de él, para escucharnos y propiciar una iluminación sobre el momento que estamos viviendo. Entiendo que de mí se requiere cómo los católicos se sitúan ante este conflicto, sus causas y sus consecuencias.
Acabamos de elaborar en nuestro departamento un documento, que está en imprenta y que verá la luz en estos días de Pascua,
acerca de las obras de la fe en tiempos de crisis: “Por las obras te mostraré mi fe”. Texto de la carta del
Apóstol Santiago en la que se afirma
taxativamente que una fe sin obras es una fe muerta. La reflexión de la que hablo, presenta la conexión entre la fe, el amor y la
misericordia, y la necesidad de
verificar la ortodoxia de la fe a
través de la ortopraxis de la caridad. Cuando la fe no llega a la
acción, entonces pierde su sentido y su ser, y la caridad, sin ella, puede
quedar en ideología y voluntarismo. Por eso la Iglesia necesita revisarse y
dejarse interpelar por los signos de los
tiempos actuales ¿Qué datos son fundamentales en el orden de lo que está ocurriendo actualmente?
Entiendo que hay causas de tipo personal, socio-cultural, económico y estructural. En el fondo de todas ellas, pienso que se ha
dado una derivación del bien ser que ha
afectado al ser humano en la elaboración de su persona, el “homo economicus” ha imperado
y se ha impuesto, en una cultura del consumo, en una sociedad del
bienestar y en una globalización organizada desde el mercado.
Aquello que se entendía que era un instrumento
facilitador de lo humano, LA GLOBALIZACIÓN, se ha convertido en una amenaza,
desde la búsqueda de un bien-estar, no traspasada por los criterios del
bien-ser. De esos polvos vienen estos lodos: seis millones de parados, veinte
mil desahucios, crecimiento de la
pobreza grave y severa, signos de corrupción en todos los ámbitos de lo común y
lo público , a la vez que en lo individual, y desprecio de la política como
institución, inmigrantes sin derechos ni
reconocimiento, analfabetismo y fracaso
escolar, situación de dolor, desesperanza y desánimo generalizado en la
sociedad.
Un elemento claro de la situación es lo que se
refiere al mundo del trabajo y su distribución en la sociedad; la realidad se
ha transformado brutalmente por todo lo que ha generado la globalización, el modo de trabajar y producir se ha
revolucionado, pero el concepto de trabajo, la organización y división del mismo,
no se ha revolucionado de la misma manera. Los criterios mercantiles y políticos a este respecto siguen con
consideraciones del pasado. En este sentido el proceso de lo político y su ideología han quedado denostados,
tanto en los partidos políticos como en los sindicatos, y nos responden a las necesidades del momento. El ciudadano en el bienestar ha perdido su
sentido de implicación y compromiso, el quehacer político se ha
profesionalizado en la adecuación del sistema y los partidos políticos y los
sindicatos se han manifestado más como
empresas del quehacer electoral para ganar la partida, que para concienciar y
transformar la sociedad, contando con las bases y la ciudadanía crítica,
formada y activa. ¿Dónde está la ideología y la ética de la ciudadanía?
Los retos que se plantean son de un rango
superior en todos niveles. A nivel
personal es necesario volver a la ética
ciudadana del bien ser, donde se valora lo común y lo público sobre lo
privado y la ganancia lucrativa; en la cultura
y en lo social, hace falta realidades de tipo asociativo, cultura de la
creatividad, de la alternativa y del compromiso comunitario que se plantee un
modo nuevo de vivir, consumir, trabajar, divertirse, construir…; y a nivel
estructural hacen falta reformas profundas de tipo político en los partidos, en
la banca y sistemas financieros, así
como en la organización a nivel
global y mundial. Se impone la necesidad de la gobernalización de la
globalización ya.
Los católicos
ante esta realidad estamos reflexionando
y debemos seguir haciéndolo en todos los niveles. Hemos de reconocer que
la dinámica del bien estar – la Babilonia- nos ha ganado y nos ha seducido en
un ser creyentes acomodados, aunque
nunca hemos olvidado deberes de caridad y cierto compromiso con los últimos;
pero a unos niveles que no nos han descentrado de nuestra riqueza, seguridad y
comodidad. Entendemos que necesitamos cuidar y desarrollar la dimensión
sociopolítica de la fe cristiana tanto a nivel personal, como social y
estructural. El cuidado de lo político,
lo común y lo público ha de ser prioritario en la interpelación que el
Evangelio nos hace desde la sociedad, especialmente desde los que sufren. Hemos de concienciarnos y
formarnos para participar en la gestión del mundo y del siglo. Los valores del
Evangelio de la fraternidad y la justicia han de empujarnos a despertar y a
caminar con discernimientos auténticos para adentrarnos en el mundo, con
espíritu de encarnación, sanación y liberación propios del Reino en el que
creemos y que anunció Jesús. Por eso nos
estamos planteando desde los espacios propios para la reflexión y la formación
en el ámbito eclesial nuestra formación en doctrina social de la Iglesia y
desde ahí iluminar los quehaceres y compromisos propios ante la realidad actual y su conflicto. Cinco son los problemas que nos parecen más
acuciantes y que nos piden respuestas directa: La situación de los parados, la cuestión de la vivienda,
las necesidades básicas, la situación de corrupción y desánimo, así como el
descrédito de la política tan necesaria y vital para todos, la realidad de los
inmigrantes, la problemática de
educación y fracaso escolar, y todo lo
que se refiere a la exclusión, el sufrimiento, dolor, la marginación. Acabamos
de señalarnos caminos de acción a ver si somos capaces de hacer señales
visibles.