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A propósito de Extremadura, por Javier Caraballo

OPINIÓN
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Ahora que ya han comenzado, aunque sea tímidamente, las negociaciones sobre el nuevo modelo de financiación de las autonomías, otra vez van a aflorar los agravios regionales. Y otra vez, como ya ocurrió hace unos días en la reunión de los barones del PP con la intervención del presidente de Extremadura, José Antonio Monago, se establecerá un debate gastado de comunidades ricas y pobres, como si las primeras fueran las causantes de la pobreza de las segundas o, en sentido contrario, como si las ‘comunidades pobres’ estuvieran vampirizando a las ‘regiones ricas’.

Cuando llegó a la Alcaldía, lo primero que le sorprendió fue la hilera diaria de vecinos que se agolpaba a la puerta del despacho con las peticiones más variadas. Unos pedían ayudas para el alquiler, que ya habían dejado de pagar y les llevaba directamente al desahucio, otros buscaban alguna recomendación para un empleo municipal y otros, abiertamente, reclamaban dinero para cuestiones más rocambolescas, como la primera comunión de alguno de sus hijos. 

La experiencia la cuenta uno de los regidores del Partido Popular que, en las últimas elecciones municipales, se hizo con la Alcaldía de una de las ciudades o pueblos deExtremadura dentro de la oleada de votos que, después de tres décadas de hegemonía socialista en la región, llevó a los populares a gobernar la hasta entonces inexpugnable Junta de Extremadura. Y si lo cuenta no es por remarcar sólo el goteo incesante de peticiones que a diario reciben los ayuntamientos de toda España, y que en el caso de ese municipio extremeño sólo es un exponente fiel de un sistema clientelar, sino por la frustración que le produjo su iniciativa posterior: a pesar de la raquítica realidad de las arcas municipales, logró reunir una partida extraordinaria de un millón de euros para ayudar a la creación de empresas o al autoempleo. “Y lo desolador –añadía el alcalde- es que han pasado los meses y nadie ha solicitado ayudas de esa partida…”

Muchas veces, cuando se analizan los desequilibrios estructurales en España, los datos macroeconómicos o las distintas variables sobre el desarrollo económico que se puedan aportar explican con menor contundencia el porqué de las cosas que estos detalles minúsculos de la realidad cotidiana. Es obvio que con la generalización, a la que muchos son siempre tan propicios, sobre todo cuando se analizan las diferencias regionales, se comete una enorme injusticia sobre las muchas personas que, en regiones como Extremadura, sí se juegan el patrimonio para poner en marcha una empresa, una idea, pero no deja de ser ilustrativo del mal mayor de la sociedad, que va desde el mencionado clientelismo hasta la cultura de la subvención.

Tanto Extremadura como Andalucía se han mantenido a lo largo de los treinta años de democracia en la cola de todos los indicadores económicos y es evidente que, a estas alturas, las razones de fondo de ese atraso ya no se encuentran sólo en la historia, en la evidente discriminación de estas regiones en beneficio del triángulo de desarrollo que se estableció entre Madrid, Bilbao y Barcelona. ¿Es consecuencia de la historia, por ejemplo, que el peso del sector público en Extremadura sea del 23,2% mientras que en el País Vasco o en Cataluña no supere el 9%? Parece evidente que no, que la influencia de la política autonómica desarrollada es mayor que la inercia histórica negativa que, habrá que repetirlo otra vez.

La misma pregunta se podría hacer también con respecto a Andalucía, con un peso del sector público del 16,8%, o deCastilla-La Mancha, que supera el 18%. Tampoco debe de ser casual que, al mismo tiempo, esas regiones con mayor peso del sector público sean las que tienen más paro, el 36,87% en Andalucía y el 35,56% en Extremadura, según la últimaEncuesta de Población Activa, diez puntos por encima de la media nacional.

Ahora que ya han comenzado, aunque sea tímidamente, las negociaciones sobre el nuevo modelo de financiación de las autonomías, otra vez van a aflorar los agravios regionales. Y otra vez, como ya ocurrió hace unos días en la reunión de los barones del PP con la intervención del presidente de Extremadura, José Antonio Monago, se establecerá un debate gastado de comunidades ricas y pobres, como si las primeras fueran las causantes de la pobreza de las segundas o, en sentido contrario, como si las ‘comunidades pobres’ estuvieran vampirizando a las ‘regiones ricas’. Un debate de trazos gruesos, plagado de medias verdades, que a nada conduce y, sobre todo, que lo único que provoca es que cada cual proyecte en los demás la responsabilidad de sus propios actos.

Esa será la tentación, cuando lo que se precisa aquí es justo lo contrario, un debate descarnado sobre la realidad autonómica; un balance serio y riguroso sobre la gestión en las autonomías, en cada una de ellas, sin entrar en el rifirrafe de los agravios en los que tantos se amparan. La realidad de las autonomías de hoy es, sobre todo, consecuencia de sus gestores en los últimos treinta años, y alguna vez tendrá que hacerse en España ese balance que coloque a cada cual en su sitio. La respuesta a una sola pregunta podría hacer temblar los cimientos de muchas autonomías. ¿Cómo y en qué se han empleado los miles de millones de euros de ayudas europeas que han llegado en todos estos años? Respondamos a esas preguntas y, a partir de ahí, lo demás: un sistema de financiación autonómico más estable, que eleve la exigencia de responsabilidad y autogestión en las autonomías, y, sobre todo, un modelo de financiación que acabe de una vez con la anomalía del cupo vasco y navarro que lo distorsiona todo, antes incluso de comenzar a barajar.

Cuando el economista norteamericano Arthur Laffer, nuevo gurú de los males de la crisis española, se pone a repasar la realidad de España, lo más llamativo no son sus recetas sobre las bajadas de impuestos, sino la impresión que se lleva el hombre cuando nos analiza como país. Es eso que dice Laffer: “España es probablemente el país con más potencial que he conocido en mi vida y el que más lo ha desaprovechado”. La reflexión es perfecta porque ese vértigo es, precisamente, el que nos falta en España. La torpeza de poder ser y no conseguirlo nunca. El clientelismo, el nacionalismo o la mera inoperancia. A propósito de Extremadura, podemos repasarnos todos


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