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Un S. Juan Bautista de Miguel Angel, es destrozado en Úbeda

OPINIÓN
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El fanatismo, sea del color que sea, supera los límites de la razón, nubla la mente y hace realizar cosas que son auténticas abominaciones. Pero si el fanatismo es terrible, peor me parecen los biempensantes, que justifican, miran a otro lado, o en el fondo, hasta aprueban, según qué cosas.

[Img #28692]Dos lecturas me han
sobresaltado en esta pasada semana, la de una persona que en Badajoz
  en pleno agosto al medio día, fue obligada a
permanecer bajo el sol más de dos horas, antes de ser fusilada y la destrucción
de una estatua de Miguel Ángel en mármol de Carrara de una iglesia de Úbeda. La
primera me pareció de tal sadismo, que no pude continuar leyendo el relato, la
segunda me sorprendió, porque desconocía la existencia de obras de Miguel Ángel
en España, pese a que Manuel Gómez Moreno, publicó en 1930 “Obras de Miguel
Ángel en España” en donde la incluía . ¿Quién
 
o quienes han sido los bestias que han destrozado una estatua de  S. Juanito de 1,30 cms. y luego han arrojado los
trozos de mármol a una hoguera, alimentada por las maderas de un retablo de
Berruguete?
  Sin duda ambas  monstruosidades  habrán hecho llevarse la manos a la cabeza a
más de uno, pero estoy seguro
  que alguno
de ellos, cuando se le diga que fue en la guerra civil, y realizado por los de
la CNT ferroviaria que habían convertido la iglesia del Salvador de Úbeda
  en garaje, y que el fusilado en  Puerta Palmas de Badajoz era un religioso en
1936 al que antes mantuvieron, a propósito, en un descampado, bajo el terrible
sol del agosto extremeño,
  su nivel de
alarma habrá bajado y no sólo porque se realizara en aquella bestialidad de
guerra que ensangrentó España, sino porque hay una cierta “comprensión” contra
todo lo que tenga que ver contra la Iglesia. El fanatismo, sea del color que
sea, supera los límites de la razón, nubla la mente y hace realizar cosas
que
  son auténticas abominaciones. Pero
si el fanatismo es terrible,
  peor me
parecen los biempensantes, que justifican, miran a otro lado, o en el fondo,
hasta aprueban, según qué cosas. La “buena sociedad” vasca, ha aprobado
implícitamente y a través de las urnas, a unos individuos, como los de ETA, que
sin el menor remordimiento, pegaban un tiro en la nuca por la espalda a un
individuo, o todavía peor, ponían una bomba cuya explosión se llevaría por
medio, indiscriminadamente, a niño/as, mujeres, hombres y hasta incluso a algún
perro, o gato, animales
  cuyas desgracias,
abusos y abandonos
  parece que concitan a
veces
  mayores sentimientos de pena y condena  que los mismos realizados contra las
personas. Pero incluso, estas mismas personas,
 
utilizan argumentos justificativos que todavía  resultan más sorprendentes, la de los
agravios comparativos.- Bueno, y ¿qué me dices de las torturas, en las
comisarías?
  Me respondían algunos  compañeros de estudios, hijos de la burguesía
navarra y vasca, cuando les indicaba que no entendía cómo podían realizarse
tales cosas. Las grandes y pequeñas maldades siempre se quieren justificar,
cuando no tienen justificación ninguna, contraponiendo otras
  iguales o peores, pero de otro signo político
o ideológico, que podríamos definir como contrario.
  En estos momentos, quizás el más utilizado
sea el
 de Bárcenas,  que igual sirve para un roto como para un
descosido. Si se habla de la corrupción de los ERES andaluces
  quitándoselo a los parados,  el interlocutor, si se define de izquierdas,
no comentará nada sobre tal inmoralidad, pero la respuesta, que se espera,
siempre es la misma:-Anda que el Bárcenas.

 

¿Acaso el olor a una
mierda, puede disimularse poniendo otra encima?, o por el contrario, ¿no
aumentará su olor?

 

Y es que  uno de los pecados capitales del español, es
pensar que siempre tiene la razón,  y que
la sociedad le debe mucho, aunque no haya hecho, nunca, nada por ella, y si no
se lo dan,  atentan contra sus derechos,
y en tal caso hasta las mayores barbaridades pueden  tener  su comprensión.  Fernando Díaz Plaja en su libro, que estoy
releyendo,  “El español y los siete
pecados capitales”, cuenta cómo  una
pareja, con esa falta de puntualidad, que nos caracteriza a los españoles,  sobre todo, en versión femenina, llega tarde
a un cine con la película ya empezada, taconeando y comentando algunas escenas.
Los ya sentados,  sisean. La pareja comenta
la “mala educación de la gente”. Al cabo de un rato otro grupo entra en la
sala. “Llegan murmurando, comentando en
voz alta lo que aparece en la película. Arrancados de  su estupor, la pareja de antes se vuelve al
mismo tiempo, sus labios se fruncen: ¡Pssss¡ …¡qué barbaridad, hombre¡, ¡qué
falta de consideración a los demás¡”

 

Porque los demás, siempre,
son peor que uno. Y por desgracia, las barbaridades no existen, o se
justifican, si se hacen en nombre de la ideología que nos es más cercana. Así
nos va.


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