Llegada
la tormentosa situación que determinó el desequilibrio actual era preciso
buscarle un nombre genérico, lo menos comprometido posible, a este desbarajuste
económico que comenzó destruyendo personas y siguió destruyendo derechos,
mundos, actitudes, esperanzas y tiempos. Y le llamaron “crisis”, que significa
todas las cosas en términos estructurales y significa nada, a la misma vez. Con
tal joroba hemos caminado desde hace
seis años sucumbiendo ante todas las adversidades e incluso siendo incapaces de
sortear los recodos más insignificantes. Usted y yo habremos leído mucho sobre
este tema; hemos realizado comparaciones con lo que unos dicen y con lo que
piensan otros y no hemos sido capaces de llegar a una conclusión exacta, ni
económica ni social, del por qué de este desaguisado, ni siquiera quién fuera
su preclaro inventor.
Después
de tantos jeroglíficos sigo sin entender esta epidemia a la que llaman
“crisis”, no sé sus raíces, no sé si falta dinero o falta imaginación, no
sabemos si existen culpables mayores que haya que perseguir o si se trata de
benefactores de lo civil que han reaccionado así para salvaguardarnos de una
catástrofe mayor.
No
soy un experto en macroeconomía pero vivo entre estas rejas y de tanto oler,
ver, observar, oír, hablar y volverme loco, presumo que se trata de un “cambio
de sistema”. Allá en los despachos importantes de los importantes ricos del
mundo -que por cierto se reducen a 140 y que esos 140 están enlazados entre
ellos- a quienes les importa el poder del dinero por encima de todo,
convinieron en establecer una modificación en las fórmulas del reparto del
capital; los pobres que vivían a base de préstamos habían dejado de ser
negocio, las empresas que no podían autofinanciarse habían dejado de ser
negocio y toda esa lacra debía desaparecer.
El
sistema que se impone está diseñado para empobrecer más a los que menos tienen
y enriquecer más a quienes más poseen. Para su desarrollo perfecto es preciso
continuar con todo aquello que funcionaba y eliminar el crédito de forma
global. La entidad financiera copará el mercado en todas las disciplinas de
ventas y servicios, sean seguros, inmobiliarias, pólizas de salud, inversiones
en empresas saneadas, etc, todo menos prestar dinero. El préstamo no es
rentable para el banco, por su arriesgada y elevada morosidad, así de sencillo.
Retirado el préstamo se les acaba el poder a los pobres y necesitarán cada día
más del poderoso.
Mientras
el aumento de la pobreza se ha institucionalizado de manera alarmante, los
ricos han visto enaltecidas sus virtudes patrimoniales con bastante garantía.
Se ha cambiado el sistema, propiciado por los gobernantes tecnócratas, y se ha
herido a la sociedad con dardos de muerte que era la única pretensión del
capital.
Y
cuando nos hablaron de fluctuaciones de los mercados, de los abusos de los
pobres, de vivir por encima de las posibilidades, de burbujas inmobiliarias, de
nuestra culpabilidad, nos mintieron; fue
todo un grotesco embuste mientras ellos cambiaban a sus anchas el sistema, para
mejor obtener frutos directos. No importó el hombre ni la miseria ni la
falsedad, importó solo el ombligo del poderoso. ¡Y pensar que llegué a sentir
pudor por creer que esto se hundía por mi culpa!.