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Los inicios del culto imperial, a examen en el Ciclo de Conferencias del Festival

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El Ciclo de Conferencias ‘Encuentro con los clásicos’ que presenta la 59 edición del Festival de Mérida dentro de su Programación Off, aborda este miércoles en su quinta jornada ‘Los inicios del culto imperial: César y Augusto’, que estará a cargo del director del Museo Nacional de Arte Romano (MNAR), José María Álvarez.

José María Álvarez se encargará de trazar un paisaje del comienzo de esta
veneración en la Península Ibérica y su evolución en el tiempo.


Para ello, parte del análisis de varios emperadores “republicanos”
anteriores que permiten asentar testimonios “de este incipiente culto no
oficializado, pero sí consentido” de los períodos cesariano y augusteo.


“El elemento hispano estaba acostumbrado a rendir culto al jefe, tanto en
el área ibérica como en la céltica, sobre todo a la hora del fallecimiento del
caudillo”, ha sostenido Álvarez.


Pero a pesar de esta predisposición que benefició a diversos emperadores
republicanos con ciertos homenajes y  adoraciones incipientes por sus
victorias y “hechos gloriosos”, fue Julio César el que inició el camino del
culto imperial, “con fundamento en sus triunfos y en su relación con lo divino
a través de la antecesora de la familia de los Julio, Venus Genetrix”, ha
añadido.


El director ha apuntado la construcción de altares y templos en honor a
Augusto a raíz de su victoria en Actium como el origen de estas veneraciones.
Según ha explicado, este homenaje nació debido a la iniciativa particular y
municipal desencadenada por los dirigentes de las ciudades, pero nunca se
oficializó.


Augusto tuvo que usar grandes dotes de prudencia ante el ejemplo de su tío,
asesinado, entre otras razones, por considerarse un ser divino, por lo que
nunca aceptó este tipo de rituales en Roma. A pesar de ello, el emperador
romano impulsó el culto a su antecesor provocando que años más tardes se reconociese
su propia divinidad. Recibió a una embajada de la Bética compuesta de notables
que pretendían obtener su permiso para levantar un templo en recuerdo de
Augusto y, bien interesado, aceptó como preparación de su propia
glorificación”. Estas construcciones se hicieron más notables en Oriente,
mientras que los dignatarios de Occidente se condujeron con mayor prudencia.


Este culto se celebraba en lugares públicos, como los templos, y de
espectáculo, entre los que sobresalían los teatros. Estaban presididos por
sacerdotes y sacerdotisas específicos que recibieron los nombres de “flamines  y flaminicae y augustales”, entre otros. El repertorio de actos recogía
ofrendas a los miembros fallecidos, “a los divi y divae”,
entre las que se registran ceremonias de recuerdo y piedad, y prácticas de
homenaje, respeto y deseos de salud para los vivos reinantes.


Estos ejercicios político-religiosos evolucionan a lo largo del Principado,
desde “una situación de sencillez y prudencia hasta una eclosión con diversas
manifestaciones como el culto municipal, conventual y provincial”.


Además, Álvarez ha indicado algunas evidencias de las últimas
investigaciones y hallazgos, entre las que ha distinguido el Congreso celebrado
en Mérida en mayo de 2006, organizado por la doctora Nogales Basarrate, del que
se editó una publicación al año siguiente, considerado “la obra más completa
para valorar la importancia de esta manifestación”.


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