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MORIR POR TRABAJAR EN LA CITY

OPINIÓN
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La
noticia no ha refiere la causa de su muerte: solo su nombre, Moritz Erhardt, un
becario alemán de 21 años, que apareció muerto en su apartamento londinense
tras haber trabajado 72 horas sin descanso en la entidad donde trabajaba. Tenía
una beca de verano. Los análisis para determinar la causa de su muerte no se
conocerán hasta dentro de unos días.

 

            La entidad bancaria -Bank of America
Merrill Lynch– se ha limitado a anunciar que aumentará su preocupación por la
cultura de las jornadas alargadas al máximo en los principales bancos del
mundo. y creará un grupo de trabajo para abordar «las costumbres
laborales» Antiguos becarios y empleados junior han manifestado que las
jornadas de veinte horas diarias, con fines de semana en el trabajo y comidas
en el despacho, son habituales en las torres de cristal de las City de Londres
y Nueva York.

 

            Cuando creíamos que solamente el
trabajo en el campo, como en las fábricas de principios de la Revolución
Industrial del XIX, tenían jornadas tan largas como el día, resulta que los
jóvenes universitarios trabajan hasta el límite para ganarse un empleo en el
muy competitivo y bien pagado mundo de las finanzas. Y , claro, como todo tiene
un límite, aun antes de llegar la elección, llega la muerte. Y Moritz se ha
quedado a mitad de camino, entre el futuro que se abría ante sus ojos y el
pasado brillante de trabajo que le llevó hasta allí; pero no ha podido pasar el
umbral de la competitividad de, quienes saltándose todas las normas laborales a
la torera, buscan que ella les descubra al mejor de los mejores para que sus
cuentas de resultados sigan creciendo sin parar. No basta con estar preparados:
hay que ser el mejor, y en ello va la vida incluida.

 

            La crisis y el paro subsiguiente
aumentan la competitividad y el subempleo en nuestro país. Más
de 20.000 universitarios españoles entre 20 y 34 años se vieron obligados a
hacer la maleta el pasado año
, un 40 por ciento más que el año anterior, en
busca de un trabajo que aquí no encuentran, como sus abuelos hace cincuenta
años. Y solo dos de
cada diez menores de treinta años viven emancipados
, y el porcentaje se
eleva al 72,9 por ciento en la franja entre 30 y 34 años de edad.

 

            Pero estas cosas no parecen quitarle
ni el sueño ni las vacaciones a los políticos que, si algo hacen, es barrer
para casa, colocando a toda su parentela junto a la casa del padre.

 

            De nada nos ha valido tener la
generación mejor formada de la historia, porque, aquí, ni siquiera los mejores
son los elegidos para la causa política o económica. Y como no hay trabajo, ni
oportunidades, ni saldos de subempleo, huyen. Perdemos nuestra mejor capital humano:
el presente y el futuro, y con ellos el capital invertido por el Estado en su
formación, que generará plusvalías en otros lugares menos en su patria. Ya lo
advirtió el papa Francisco el mes pasado, al denunciar que la civilización
mundial «se ha pasado de rosca» y que es tal el culto que ha hecho al
dios dinero que está
excluyendo a los dos polos de la vida de los pueblos: los ancianos y los
jóvenes,
la sabiduría del pasado y del futuro. ¿Cuántos Moritz habrán de
dejar su juventud y sus ansias de futuro, libertad, trabajo e igualdad, sin la
competitividad que les arrebate la vida misma de anhelos por satisfacer y de
sueños por cumplir?


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