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En
la pulsera dediqué versos escondidos para tus tardes de árboles. Te habrá
gustado la manzana, estás buscando los lugares quietos y las plazas vacías para
encontrarnos, aún ahora, que somos viejos en esto de imaginar las consecuencias
de los olvidos; es otoño largo y franqueable, observa los lados oscuros de la
memoria y verás que allí premian con emociones a cuantos pensamientos se
acercan. Anda y oirás las olas del sur en el norte y tendrás una primavera en
invierno y sabrás por qué antes que la sonrisa fue la mirada.

 

            No
soy capaz de imaginarte sin el ingrediente del amor. A quién devuelves la
palabra, a quién escondes en la piel, para quién, ahora, los silencios?; no
imagino lágrimas chorreándote los ojos por un llanto, imagino un camino infinito
vacío de recuerdos. El cielo te imagina con menos atenciones.

 

            Sabes
que no falto a la cita del tiempo, estoy en la pared a la hora de siempre,
escribiendo noticias en rojo, poniéndole timbre al deseo y buscando cerezas
amarillas. A punto de caer en la cuneta, me dormí en la intemperie con el
fresco de la soledad tocándome los sueños y borrándome las muecas de felicidad.
Aquello no lo había imaginado, estaba en el absurdo una vez más. Y tú creciendo
en la distancia con pelo de olvido y reminiscencia de tierra.

 

            Imaginarlo
todo me costó tres tristezas. Me prometí no repetirlo, me cansé de latas de
ternura, de alcohol rosa y de sensualidades. Hemos recuperado la verdad desde
el subconsciente, es el único que no equivoca las palabras, es quien se declara,
siempre, esquivo ante las promesas.

 

            He
imaginado los días sin desesperanza, la luz completa, el carmín perdido, la
ansiedad de los novios; he imaginado la vida en un pespunte de claridad, estoy
imaginando mi suerte sin tí.


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