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Nuestro amigo José Antonio Lozano Rodríguez nos ha enviado un breve relato de montería. Tal como él lo ha visto y escrito, se lo dejamos aquí a los lectores

[Img #31144]Y por fin suena, toda la noche esperando ese dichoso rín rín. Ya es domingo 12+1 y pasan horas desde que dejé todo preparado. Apenas he dormido 3 horas, la noche fue larga y no atisbo ni un ápice de sueño, estoy al 100%.


Reviso todos los útiles uno por uno, por si acaso.  Rifle ok, balas más de las que pueda precisar, seguro, horquilla por si me toca en la cuerda o en un sopié, asiento para la espera, mochila… Seguro que se me olvida algo!! 


De un salto me introduzco en el asiento del coche; la temperatura agradable, de frío ausente; e impaciente me dirijo camino al lugar de reunión. ¡¡Las ganas son bárbaras!!


Nada más llegar, comienzo a respirar el ambiente montero, ese que tanto me gusta. A las migas no les falta mucho, mi estómago comienza a protestar, pero aún hay tiempo de saludar a viejos amigos.


Tras un desayuno contundente, migas, torreznos y  un buen café, ya está todo preparado para el sorteo. Los nervios comienzan a hacer acto de presencia. Llevamos muchos días esperando el momento y quizás sea hoy cuando el destino nos regale el puesto que tantas veces ha rondado nuestra imaginación.


Mi suerte se encamina hacia el número tres de una de las traviesas centrales, según me han comentado se trata de una raya amplia y bastante limpia  que corta un monte espeso de jaras. En el medio, a mi derecha,  un acebuche tamaño medio que espero no me estorbe, ante una posible carrera.


¡¡Tiene buena pinta!! Nada más llegar adecento mi puesto, cargo el rifle  y me acomodo. Apenas hace aire.


Por delante de mí, a la caída de la morra, un regato bastante poblado de maleza y continuando, un gran rastrojo salpicado por apenas cuatro o cinco encinas.  


Los camiones de los perros, a lo lejos, afrontan una subida no demasiado liviana.


Casi han llegado al sitio elegido para la suelta, la mancha ya está cerrada e impacientes, se oyen las ladras de los perros, ansiosos por pisar el monte.


La finca está muy tomada, los rastros son patentes y las vereas se encuentran bien marcadas entre la jara.


Las rehalas emprenden su búsqueda y los perreros ya vociferan animando a sus canes en busca de los encames. De momento, muy lejanos a mi postura ya retumban algunos tiros.  ¡¡Las reses se están moviendo!!


Han pasado ya cuarenta minutos, y de repente, un cercano y sonoro estruendo perturba mi pasividad. ¡Me pongo alerta! Se repiten dos zumbidos más. Es el vecino de mi derecha, cuyo puesto se encuentra trasponiendo el viso, fuera de mi alcance visual.


Atento, pongo mi oído a la escucha, pero en la jara no hay quebranto alguno.


Las agujas del reloj van corriendo raudas y esto va llegando a su fin. Nos espera, seguro, una suculenta comida en la que destacarán las hitorias de los lances acontecidos, y podremos contemplar los ejemplares de aquellos que fueron agraciados en el día de hoy.


La caprichosa suerte no ha querido hoy ponerse de mi lado, pero no por ello, mi ilusión disminuirá un ápice. Me quedo con el recuerdo de este maravilloso día entre amigos, que al fin y al cabo… siempre es lo que cuenta.

 

 


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