estos momentos, en los que me estoy
deshaciendo de libros que durante muchos años
he ido acumulando, ( no los tiro, los dejo junto a la biblioteca para
que otros puedan quedárselos, y parece que sí lo
hacen, porque tengo un sentimiento casi sagrado por la letra escrita, algo así
como los antiguos copistas que cuando se equivocaban o encontraban que en un
escrito, sobre todo referido a las sagradas escrituras , había algo erróneo no
lo destruían porque eran palabras sagradas, sino que lo enterraban en vasijas o
lo ocultaban, de ahí, que nos encontremos, en la actualidad, en cuevas, metidos
en vasijas de barro, escritos que producen perplejidad en los investigadores,
por las versiones bíblicas, a veces alejadas de las canónicas que aparecen), me he topado con las antiguas
enciclopedias de mi infancia. ¡Dios mío qué nivel en las
cosas que estudiábamos, y todo condensado en un solo libro¡ Deberíamos
volver a ese viejo sistema, se ahorraría
mucho dinero a las familias, yo heredé los libros de mis dos hermanos que me precedían, y evitaría lesiones en la espalda a los niños, con
tantos libros como llevan, y si se hicieran como entonces, hasta subiría el nivel de
conocimientos de los alumnos, sin Logse, Lomce, ni cosas por el estilo. Lo siento por las editoriales, y
las librerías sobre las que el mundo digital ha caído como un auténtico tsunami
que las está barriendo de nuestro
paisaje urbano, pero ganaríamos todos. En una de estas enciclopedias, al ojear la parte correspondiente a la
historia europea, quedé impresionado. Reconozco, que cuando tocó esa parte de la asignatura
debí de estar enfermo, mirar las moscas
del techo, o hacer novillos, porque apenas si me acuerdo de algo, y casi todo lo
que me es conocido lo he aprendido con posterioridad, y no muy bien. Pero
lo que es evidente, es que a finales del
s. XIX, en el mapa político de Europa, prácticamente sólo había dos naciones en las que sus fronteras eran como las que
tienen en la actualidad, España y Portugal. El resto se formaron, tal como las conocemos ahora,
durante los siglos XIX y XX, creándose naciones con una estructura federal , por la adicción de diversos territorios, que se unieron de modo voluntario y por
sentimiento histórico. Craso error el importar estos modelos a España, impulsados, fundamentalmente, por el partido socialista, que incluso yerran
en la filosofía de los mismos. Porque estas naciones partieron de regiones
independientes, y de modo
voluntario se unieron en una nación, por
lo que el espíritu que les movió fue el de unión, no el sentimiento de disgregación,
como parece estar en el trasfondo de la idea federalista española. Estados independientes buscaban la unidad,
incluso perdiendo competencias frente a
un estado Central. Por lo tanto, aquí se
parte de planteamientos erróneos, porque no hay estados independientes, y no renuncian a las competencias que tienen a favor de un estado Central, sino que se reclaman incluso más. Pero es que además,
el sentimiento anárquico
independentista, y sobre todo el espíritu soberbio del español, que prefiere
ser cabeza de ratón antes que cola de león, ha tenido su reflejo en los
diversos acontecimientos históricos que han sucedido en este lugar geográfico, que desde la época romana llamaron Hispania y de la que se sentían como
pertenecientes a una comunidad que los identificaba como hispanos, desde el
poeta Marcial de Calatayud, que se
sentía, en Roma, paisano del emeritense Deciano, hasta el emperador,
nacido en Itálica Adriano que
creó un lobby hispano en Roma. Pero
bastaba que el gobierno central fuera débil,
para que surgieran, como hongos , reinos, o cantones, que se sentían con
la suficiente categoría para no depender
de un reino, gobierno central, o hasta de una capital de provincia y
declararse independientes.
Podríamos
poner como ejemplo los reinos de taifas, en los que no sólo se
declararon , como tales , algunos con un amplio territorio, como el de Badajoz
que englobaba en su territorio hasta Lisboa, sino otros tan pequeños , como el de Aras de Alpuente, en
la actual provincia de Valencia, cercano
a Teruel, o el de Albarracín. Pero quizás la explosión más
llamativa de independentismo, se produjo
en España cuando Pi y Margall en la
Primera república española, estableció como sistema de gobierno, el
federalismo. Las rencillas regionales explotaron, porque nadie
era menos que nadie, por lo tanto tenía derecho a ser independiente. Así en la
mayoría de las provincias diversas poblaciones se declararon
independientes, como en Cáceres lo
hicieron, Plasencia, Hervás, o
Coria. Pero podríamos seguir con
diversas poblaciones de Salamanca , Béjar,
Ávila… o de otras muchas provincias españolas, aunque quizás la que mayor
fuerza tuvo fue la del Cantón de Cartagena.
Pero
este sentimiento de pertenencia a un territorio
común y a la vez de rechazo de un gobierno Central, debe estar en
lo más profundo de nuestro adn como
españoles, porque, aunque con menor importancia, volvió a resurgir este espíritu tras la pérdida de
control del Gobierno Republicano durante la guerra civil de 1936, estableciéndose
en muchos lugares Consejos
autónomos y hasta
llegando a emitir su propia moneda.
En
estos momentos en los que la crisis económica ha vuelto a golpear, no son los
mejores para revivir viejos conflictos. El caso Catalán o el Vasco,
basado en una superioridad económica respecto al resto de España, ha tenido una
respuesta de rechazo a los productos facturados en estas CCAA, que está haciendo tambalear su predominio
arrastrado hasta la actualidad, tras un
proteccionismo de muchísimos años, que
casi monopolizó el mercado español y que ha producido, en estas, la destrucción
y deslocalización de industrias, con un índice superior al resto de las demás
CCAA, por causa de la crisis, y que ha
lastrado a excelentes productos, de marcas muy introducidas, con una mala imagen, ante el consumidor español, hasta preferirse
otras menos conocidas, en su lugar.
Abogar por una tercera vía, en la que se como en el caso catalán, no se
esté por el sí o el no, sino por un híbrido, que trae a la mente las palabras
del Apocalipsis (3. 16) Ojalá fueras
frío o caliente; A las que siguen una
terribles palabras.
Pero
que aplicadas a un lenguaje político actual podrían traducirse; Si no te
posicionas en un lugar u otro, de modo nítido, no te comerás una rosca.