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CUANDO EL ARTE CASUAL DEJA DE SERLO, por Carmelo Arribas

CULTURA
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Alguien descubrió, que en la vida cotidiana se producen unas composiciones de objetos o materiales, que por la mera casualidad producen un placer visual, para que el está dotado de capacidad artística o simplemente para el observador sensible, que descubre en ellos una “emoción estética”.

[Img #32484] A esto, se le
denominó “arte casual”.
 Julián Hernández,
 que expone sus obras en la Sala de
Exposiciones de la Caja de Ahorros en la Pza. Sto. Domingo de Mérida hasta el
día 27 de Diciembre, capta este arte en la naturaleza, y hace suya la frase de
que “la naturaleza imita al arte”, elevando
 los desconchones de las paredes, o los objetos
cotidianos tocados por la decadencia y el deterioro, que produce el paso del
tiempo, a una categoría de elementos bellos, dignos de contemplar.

 

Es la suya una pintura que tiene una
doble vertiente; el estudio de colores, equilibrio de las composiciones, y la
calidad del dibujo, produce en el espectador esa “emoción estética” que
estimula los sentidos y permite afirmar la maestría del autor, en la
representación, que no reproducción de ese arte casual, que el transforma en
intencionado.

 

Sin embargo logra engañar a quien lo
contempla, pensando que ve en un desconchón una simple reproducción de una
realidad. Nada más distinto de lo que, en realidad, está reproducido en el
cuadro; el azulejo, el ventanuco, la pared desconchada, es sólo una excusa, un
punto de arranque de un trabajo minucioso, en el que los colores nada tienen
que ver con el modelo. La tonalidad azul que predomina en su obra hace
verosímiles las palabras de Víctor Hugo,
L’Art c’est l’azur”, “el
arte es el azul”.

 

[Img #32483]Sus composiciones  como la de esa hornacina “descolocada” en una
posición lateral, crean ese sentimiento de descuadre en la armonía, que queda
perfectamente compensado por la grieta que equilibra el conjunto. Y es
precisamente esta, la otra vertiente de su pintura, lo que no se ve, pero se
intuye. Las cornadas dejadas en las maderas del burladero, nos permiten como
las huellas al detective, imaginar la bravura del animal. La solitaria  salida de gases en medio de una pared, hace
imaginar que la toxicidad de los mismos, como si fuera  la vida misma, creando un paradigma social, aleja
de él toda presencia. La decadencia, con el óxido incrustado en sus volutas de
hierro, del respiradero de algún sótano, en un art decó popular, nos muestran
el abandono al que incluso las cosas más bellas están abocadas.

 

Julián Hernández Ramírez, nos tiene
acostumbrado a una obra sólida y pensada, lejos de ese arte casual, que el
recupera, y nuevamente repite, haciéndonos ver, que incluso las cosas más
humildes, como unos desconchones  pueden
elevarse a la categoría de arte, sólo falta la mano del artista para hacerlo.


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