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  Se descuelga un almanaque y con la
misma inercia se coloca en la puntilla otro nuevo, de idéntica estructura y
molde, las fotos representan paisajes del mundo con nieves altas, playas
extensas, árboles con hojas caídas, flores nuevas y colores seductores
ambientando la prominencia
  de un tiempo
esperanzador. El diseñador no dibujó su estado de ánimo ni la imprenta puso su
estado de cuenta.


            Con el descuelgue del almanaque se
descuelgan también los desencantos, un año plagado de contradicciones y
turbulencias, una época gris para la mayoría de los mortales que bien está que
se pudra en un desván olvidado o sea pacto de basura sin pena por su pérdida.


            Con el cuelgue del almanaque del
venidero ciclo se cuelga también una ingente cantidad de esperanzas y razones,
unos números con entusiasmos y, por seguro, unos créditos predictores con
signos emocionantes de expectativas positivas. El tiempo nuevo adelgaza la
conspiración abúlica general, rompe la cuerda del descrédito y desalienta los
últimos miedos. Es, por tanto, pan recién hecho para degustarlo con la rúbrica
de lo natural, con armonía, lejos de plagas tórridas; tiempo de emprendimientos
y culminaciones, tiempo de sueños lógicos. En el año que comienza las cosas
tienen que ser de otra manera, con un mejor remedio, para la casa propia y para
la colectiva humanidad.



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