El
sabio se distinguió impartiendo enseñanzas de gran valor, formulando una línea
de investigación sobre los efectos
positivos de la codicia; consiguió, en la Universidad donde enseñaba, un
ejemplarizante nivel medio de conocimiento en los alumnos y siguió en su
posición laboral, -dedicado de pleno al oficio de compartir lo sabido-, con la
misma metodología de paciencia como para desatar la locura entre la consabida
opinión social que no le permitía tanta transparencia. Su sabiduría -se
permitía decir en cada conferencia- le provenía de su claridad de ideas y por
tal consideración se hizo llamar “el hombre de cristal”.
Acabó
minándose de críticas, escaso de trabajo y olvidado en la tarima de su clase a
donde se desnutría el interés por los conocimientos del sabio. Ha perdido su
noción de tiempo y rebusca consuelo emocional en cualquier dama callejera que
le acepte. Se convirtió en un ser inservible a pesar de su vanagloria de
transparencia, se esconde de las claridades, huye de las multitudes, ha
envejecido como la piel del hierro y parece oxidado de miedos. Es un hombre
capacitado, con una inteligencia de máximos, con un dominio inusual de las
lenguas y con una dotación especial para identificar cualquier documento,
persona, edificio, ciudad o misterio. Pero se ha caído en la indigencia de los
hombres y ya no es válido, solo virtual, solo para el más torpe recuerdo.
Apareció,
de pronto, en un mitin político como candidato a ocupar escaño en un importante
parlamento de la vida y habló de negocios con el exterior y de los defectos de
los políticos contrarios y fue aplaudido y fue elegido y alcanzó un puesto
importante en el ministerio de quienes le olvidaron. Y, como a cualquiera, le
han abierto una causa penal y le han imputado y le han sobornado y le han
tirado libros a la cara y le han repudiado quienes nunca le olvidaron y ya no
es un hombre con los bolsillos de cristal pero no le han llevado a la cárcel
porque ahora le defienden los que nunca fueron transparentes y se ha involucrado
en el cinismo, como cualquier otro de los que siempre le olvidaron.