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SE EQUIVOCÓ LA PALOMA

OPINIÓN
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Mientras la monarquía
pende de un suspiro algunos de sus miembros juegan al descaro y al infortunio
como ignorando que con un solo empujón más caerían al precipicio sin otro
agarre que la prudencia. El tal Urdangarín no midió con acertado tacto cada una
de sus fechorías o al menos nunca imaginó que pudieran tener el rechazo social
y penal capaces de llevarle a la pérdida de la tanta libertad que hasta
entonces había tenido. Tuvo su oportunidad de librar su honor cuando la
justicia le llamara a presentar las credenciales de la verdad pero volvió a
medir con error y ocultó lo inocultable.

 

 

            Con
la imputación a la infanta Cristina volvió la ley a conceder el sufragio de una
nueva oportunidad a esta mermada realeza y tampoco en tal ocasión se ejercitó
desde el orden y la ética su deber, -como miembro de una institución
privilegiada- a exponer la completa verdad y así atender más y mejor a quienes
le sostienen que a quien le ama. Y prefirió la infanta colgar en sus
declaraciones el sonrojo de la mentira en un último intento por liberar al
esposo de las rejas antes que  poner con
su verdad un salvavidas a la monarquía y evitar ser juzgada por el pueblo en
tono de desprecio aunque ello conllevara el sometimiento al cauce penal en un
proceso difícil de eludir sin condena.

 

 

            Pudo
la infanta contar todo su patrimonio de detalles y esclarecer todo aquello que
el sistema precisa para seguir siendo un perfecto estado de derecho; pudo la
infanta cambiar su amor por su propio prestigio y por el de España; pudo asumir
su responsabilidad y su culpa esperando unas consecuencias quizá nefastas para
su equilibrio emocional pero muy importantes para la sociedad. Qué entonces
podemos exigir a los miembros de esta gastada institución; qué más que el honor
nuestro, que ha quedado dañado para la historia, debió haber sido protegido por
encima de cualquier otro derecho. Digamos que la infanta equivocó los términos
y engañó al país, sin calcular que su insolencia perjudicaba a la monarquía, a
sus miembros y a todos los plebeyos que siempre la dotaron de poder para que
fuera ejercitado con la más ejemplar conciencia y con la más pura ética.


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