Que el ego tiene muy poca vergüenza
es una verdad incontestable desde que Narciso
recrease sus carnestolendas en las límpidas aguas de
un lago.
El instagram sólo ha sacado a la luz esa necesidad
cibernética
de mostrar al resto del mundo el pretendido glamour
que por fin ya adorna también a las clases medias.
Somos lo que el fotoshop deja ver una vez se ha
vencido
al gran escrúpulo.
Las gasas con que la Montiel vestía las retrocámaras
le hacían menos daño a la verdad que todas las excusas
que hoy ofrecen objetivos mucho más inteligentes.
Sabemos que la juventud es un tesoro con fecha de
caducidad
pero pocos nos resignamos al artesonado paso del
tiempo
y adoramos lo cool con un extraño entusiasmo.
Y llegado son iguales los que viven por sus manos
que los que habitan palacios agrietados por briosos
ecos de sociedad, sino fijense en la selfie de esas
dos medias familias reales.
La apestada arañando el mismo plano que el futurible
monarca,
pero al otro extremo del encuadre,
que se vea que se toman las medidas necesarias
para evitar cualquier contaminación
salvo la acústica:
Viva el rey!