Con Enrique Jiménez Carrero muchas retinas están gozosas por su gran exposición en La Casa de la Moneda. En su muestra, Carrero hace un alarde emocional movido por su “pasión por la vida”, muchos y variados cuadros ante las desconcertantes miradas de cuantos visitan, que es mayoría, su exposición en un marco excepcional; y ya se sabe cómo es este hijo de Granadilla, que cita y concita muchas miradas
. En esta exposición, Carrero
prosigue con un realismo mágico y diría que nos lleva a una conmovedora
realidad, a un sueño onírico, que sería muy interesante conocer que hay de
Freud en este pintor, que en sus cuadros brota una creación, cocrean un
onirismo, un mundo donde su pincel nos invita a recrearnos con el realismo
mágico.
Todo
es sorprendente: desde el perro enmarcado hasta los sueños froidianos. Es como
si el pintor se tumbara en el diván del psicoperateuta y, con ese
perfeccionismo dislocado y, paradójicamente medido, nos llevara de sus manos a
esas ensoñaciones, más allá del consciente en la hoguera de San Juan, donde las
figuras nos miran, nos hablan y hablamos, por ejemplo, o soñamos con los
caballos – qué perfección -, las ninfas, que he de someterme, sin querer, a las
alucinaciones controladas de Carrero que, un día sufrió el destierro de la
amurallada Granadilla, cuando las aguas del pantano de Gabriel y Galán
cortejaban las murallas y sus habitantes se verían obligados al destierro, a
perder su infancia, sepultada y flotando sobre las aguas de un Alagón contenido por una presa; y que, para el pintor, supuso un adiós a la vida de
su Tosca, “el día más triste de mi vida” y el recuerdo reciente del hermano
muerto, y el éxodo lleno de lágrimas
como tantos otros paisanos, desgarrados, sin pies de barro…
Entonces
para Enrique J. Carrero empezaría una nueva vida y una manera de ordenarla, sus
estudios en Plasencia, su encuentro con la pintura en el colegio de San
Calixto; y después esa carrera de sueños plasmada en la andadura de los
lienzos, como quien descubre una hermosa vereda y alza en sus orillas un vergel
de óleos y figuras. Qué belleza.
Hay
tantos motivos en esta exposición, tanto tiempo en la magia de Carrero, tantas
maternidades, hasta llego a ver en ella un mundo de Fellini o “La gran belleza”
romana, la compañía del perro – Velázquez -, el cabalgar primoroso de los
caballos blancos – Santiago – con ese simbolismo femenino y, naturalmente, el
mar, “Il mare / il mare e no pensare a niente” – “el mar, el mar y no pensar en
nada”, gracias Pavese.
Sobran
las palabras cuando en los ojos descansan los óleos hiperrealistas del pintor,
este Carrero que tiene, además, pasión por la filatelia y, gracias a él, se han
emitido numerosos sellos ante el gozo de los filatélicos. Por eso, le pido a
Enrique J. Carrero que me envíe una carta con un sello suyo y seguro que
retornaré a la adolescencia, cuando siempre esperábamos, en el ocaso, la
llegada del autobús y la carta de la chica bella dibujada en los sueños y,
quizás, un beso dentro, como tú le ofreces a tantas pupilas prendidas en tus
grandes lienzos.