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Y QUE HACIAIS, NINFAS, EN LAS AULAS DEL VIEJO “INSTI”

OPINIÓN
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[Img #35744]Sí, qué hacíais en aquellas aulas, adolescentes,
cuando vuestros bellos rostros y cuerpos de juncal os / nos incorporamos,
juntamente, en una convivencia que estrenábamos – ¡oh, la coeducación¡- en las
aulas y mirábamos a la Montaña con el iris de un milagro, como si la sociedad,
nos hubiese levantado el destierro para compartir, con vosotras, la enseñanza
en el mismo aula, ninfas en aquellos años de soledad, que, en cierta ocasión,
se lo comenté a Gabo –García Márquez – y trataba de entenderlo. “¿Pero era
posible?”. “Como te lo cuento”. Habríamos dejado para el recuerdo el “cabás”,
los pantalones cortos en el armario de olor a naftalina y el tiempo descorría
su misterio para hacernos adolescentes. Vuestro perfume y belleza se sentaban
como palomas en el viejo nido de unos bancos de la época de Donoso Cortés.


No sé qué mirlos entrarían por la ventana – si es
que entraron – y pronunciaron vuestros nombres: María Montiel Mayor, valenciana
y sobrina de un eclesiástico muy cercano al Obispo Llopis Iborra; y Loli
Marcos, hija del conocido profesor; y Mari Luz, y Juanita, oriunda de
Aldeanueva del Camino… Ellas dejaban su belleza adolescente en la solemnidad
del aula y las mirábamos con una retina de lirios, como si les diéramos las
gracias por sus cuerpos de rosa y oro. Y hasta quizás nos convertimos en
bucólicos y pastoriles, que, en los aledaños de La Montaña, junto al santuario,
nos disfrazamos como si paseáramos en un floreciente paraíso de jaras y espliegos.
Claro que os acordáis… como si hubiéramos renacido al ambiente natural, en la
cercanía de vuestras petunias y quizás vosotras dejaríais vuestros cuerpos de
perfume en la exaltación de la Naturaleza, como quien rompe con una sociedad
estrecha y proclama con los jilgueros la convivencia normal, cuando nosotros
salíamos en busca de la vida y esta venía, quizás, en nuestra búsqueda,
pincelada tan natural y gozosa, que mi amigo Martín Vigil escribiría: “La vida
sale al encuentro”.

[Img #35745]


Y hasta nos fotografiamos ante la puerta del Palacio
Episcopal, naturalmente. No olvides nunca el niño o el adolescente que fuiste;
no lo olvides. En esos años, se hace el hombre; el resto es aprendizaje… Pedro
Hdez Cruz es el primero, a la izquierda, según miras, querido lector y
compañeros del ayer. Una prima suya es la mujer de Fernando Álvarez de Miranda,
ex presidente del Congreso;  y su madre
es una anciana que creo que sobrevivió al bombardeo de la Concatedral de Santa
María en tiempos de la guerra incivil y vive frente al Gran Teatro. Le sigue
Jesús Mora Peña,  y Simón Contreras, que
ha mandado tropas en Bosnia y tiene estrellas y galones de alto nivel;
Maxi  Fernández se ha ocultado. Cuasi
apoyado en la puerta, Juan Romero; Ambrosio García Polo, buen taurino; Manuel
Díaz, médico y, un recuerdo especial, al ausente Ángel Arias. Junto a Manolo, bajo
el dintel de la puerta, el adolescente, que firma estas líneas. Y, delante,
María Montiel Mayor, Loli Marcos, Mari Luz y Juan Luis Picado (q.D.g). Y, en el
suelo, Manuel Encinas, (q. D.g) y Fernando Roncero, compañero y, sin embargo, amigo.
De cuando en cuando, viene a Madrid, en busca de cambiar de aires y de
tertulia. No sé el porqué de la ausencia de Fernando Civantos y Magda, su
encantadora mujer.


He aquí nuestro retrato de familia, orla informal, color
sepia de los sueños que todos llevamos en esa época – “no hablo de años; hablo
de épocas” -, adolescentes que soñaríamos quizás con Rimbaud,  por qué no con la gloria de redondas y
negritas – “no olvides que tu artículo de hoy envolverá el pescado de mañana” –
ya ni eso – o con los hombres de las batas blancas, quizás con el sueño de la
gloria lorquiana de las “cinco de la tarde”… o, vete a saber, qué licenciatura.
Si no sueñas entonces… que nos perdone Calderón de la Barca.


Y, en aquellos estrados, el matemático y gran lírico
– centenares de poemas -, compañero de Antonio Machado en Soria y Baeza, don Arsenio
Gállego; don Justo Corchón y su gran estudio sobre el “Campo de Arañuelo”; Martín
Duque y sus veleidades republicanas, buen latinista; don Abilio Rodríguez
Rosillo, al que acompañaba al aljibe, la joya del Museo, para coger ranas con
las que hacía experimentos; y aquella gran señora, doña Eladia Montesinos
Espartero, descendiente del histórico militar, profesora de francés, exquisita,
además, en su  lírica. Y tantos otros en
el desván de la memoria.


Sois las ninfas que perduráis en nuestros recuerdos,
en los sentimientos; que abríais, con nosotros, un paréntesis en los períodos
de la enseñanza. Ya sois orla de recuerdo, en la segunda navegación platoniana
y pasasteis de creer en los cuentos de hadas para abrirle al amor el corazón; y
quien no nos dice que la madurez sea, tal vez, un breve descanso en la
adolescencia.




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