Ahora están a cada hora
en cada casa de cada pueblo,
ciudad o aldea perdida…
omnipresentes,
vendiendo la enésima mentira,
con saldos que les cuelgan de las bocas
en una extraña liquidación de inexistencias.
Acarician niños, saludan viejas y compran
en mercados, que ni han pisado
ni volverán a pisar en varios años,
con la sonrisa obscena de amuleto .
Yo les observo atónito
y, abochornado, me alejo del rebaño
que pasta ese inmundo rastrojo
que ellos dejan.