En las alquerías de Aceitunilla, Las Erías y La Fragosa se mantiene con cierto esplendor la tradición, al igual que en la entidad menor de Azabal.
Como corresponde a una comarca que, en tiempos pasados, fue una gran comunidad pastoril (no habrá un solo hurdano entrado en años que no haya sido pastor de cabras), las fiestas de San Antonio de Padua, cuya efemérides es el 13 de junio, siempre gozó de gran predicamento, tanto en su faceta religiosa como en aquella otra relacionado con todo un mundo paranormal muy ritualizado. En el mundo mágico y ritualizado de Las Hurdes, San Antonio, que posiblemente fuera una antigua divinidad protectora de los montes y de los ganados, es parte consustancial de sus tradiciones orales. En la memoria colectiva, se le tiene como un personaje ataviado de blanquísimos ropajes y que se hace acompañar por un perro también blanco. Es el que vela por los caminantes que se pierden en la noche, evitando que se despeñen por los barrancos o caigan al río. A veces, este ser luminoso levita sobre el suelo o cruza los arroyos y gargantas sin mojarse los pies. Todavía se rezan los responsorios al santo y otros latinajos macarrónicos, a fin de encontrar el ganado perdido o para que no entre el “jabalín” a “jozá lah patátah”, y se le encienden velas para que se resuelvan dramáticos casos y otros ahogos. Todo mundo de riquísimos perfiles etnográficos y antropológicos se teje en torno a este santo, nacido en Lisboa el 15 de agosto de 1195 y fallecido en Padua (Italia) el 13 de junio de 1231.
Actualmente, aún se mantiene con cierto esplendor en las aldeas de Aceitunilla, La Fragosa y Las Erías; las dos primeras dentro del concejo de Nuñomoral, y la tercera en el de Pinofranqueado. Del mismo modo, la entidad menor de Azabal también echa el kilo en tales festejos.
Pasacalles de tamborileros por la mañana temprano, misa de altos vuelos y solemne procesión. Luego, el besamanto, conservándose en algunos lugares la costumbre de entregar al santo las patas del gorrino que se sacrificó en la matanza familiar, que son subastadas entre el vecindario. Al mediodía, los paisanos suelen participar en una degustación de pinchos, vinos y refrescos en la plaza o en el “Volveeru”, mientras la música charanguera no para de tocar. A lo largo de la tarde, se confraterniza y se compadrea, recorriéndose las casas y probando las diferentes “poliéntah” (vino de cosecha), acompañado de algún “tiruleti”, alguna “bolla frita” o algún “matajambri”, dulces propios de las reposterías jurdanas.
Al caer el día, la gente se arremolina en torno a la verbena popular, continuándose la fiesta hasta altas horas de la noche.