La compañía hiapanocubana Mephisto Teatro puso en escena y muy en solfa, el pasado viernes en Las veletas, el mimetismo aristocratizante de los burgueses no solo del clasicismo francés, en una inteligente versión de Liuba Cid que dirigió muy bien la famosa comedia de Moliére El burgués gentilhombre.
Sorprendió gratamente, en un principio, el contraste bufonesco del protagonista que ingenuamente y con su disimulado acento cubano, presumía de vestir medias de seda, de usar una chocante ropa deportiva y después un muy llamativo traje, dentro de la seriedad excesiva de sus maestros de esgrima, de danza y de música: éste último le saca un gran partido a su musicófono, una gran radio que transmitía, a toque de batuta, unas composiciones clásicas y otras modernas, por ejemplo boleros, que se prestaban a ciertos graciosos bailes y simpáticas coreografías.
Este comienzo farsesco destaca sobre todo cuando el profesor de filosofía le enseña al nuevo rico, Monsieur Joudain, a pronunciar las vocales y a decirle que ha estado hablando en prosa 40 años sin saberlo: después de esta ingenua comicidad, viene después el conflicto del casamiento de su hija con el plebeyo Cleanto, cuyo matrimonio desaprueba el presuntuoso padre, que quería emparentar con la nobleza, en contraposición a su esposa y criados, que preferían al citado joven. Este largo enredo hace decaer un poco el interés de la comedia, pese al gracioso travestismo de los actores que interpretan los personajes femeninos, como en tiempos del feminista Moliére y de nuestro siglo de oro, sirviéndole así al citado autor y a su adaptadora Liuba Cid a penetrar mejor de esa forma en la sicología femenina desde el imaginario masculino.
Ese cierto decaimiento del interés de los espectadores por el lento y prolongado embrollo casamentero, se difumina al final en un divertido desenlace, con la “pantomima turca”, al disfrazar los criados al pretendiente Cleanto con ropajes de príncipe oriental, que le conferiría al burgués Jourdain la gran dignidad nobiliaria de Gran Mamamuchi, por lo que así le acepta, deshaciéndose al final la farsa, con el contento de todos.
Se demuestra una vez más que actualizando, con algún anacronismos en el atrezzo y en el diálogo y sobre todo musicalizando con divertidas coreografías, pero en un contexto de una simple escenografía, bien iluminada, (especialmente llamativas eran una y puerta y una ventana por la que asomaban los personajes antes de entrar,) hace centrar más la atención del espectador en la buena y cómica interpretación, que produzca frecuente hilaridad: esa es una buena fórmula para asegurar un pleno éxito en la representación de unos clásicos redivivos; como hemos visto en las representaciones seguidas de las dos estrenos de Moliére. El público lo ratificó con fuertes y entusiastas aplausos para toda la compañía hispanocubana.¡Enhorabuena!
(Miguel Fresneda)