El espectáculo átono de la actualidad
cada día me resulta más aburrido y previsible.
Vendedores de humo rivalizan en las ondas y los cátodos.
Apenas se sonrojan cuando insisten tercamente
en las bondades de una opinión mercenaria,
tal que un mágico crecepelo.
Sus premisas suelen ser lugares comunes
llenos de palabras ajadas,
desgastadas por un uso del que abusan
en procaz sobreactuación.
¿Quién dirige este teatro de libelos
y quién sabe porqué misteriosa razón se preocupan
unánimemente, y a la vez, todos de las mismas cosas?
Me temo que la respuesta no está en el viento
pues al menos este sopla en más de una dirección.
Ellos, sin embargo, se comportan
como si el mundo fuera un monopolio de noticias
y eligieran por nosotros la agraciada,
casi siempre desgraciada, que nos deba interesar.